¿Cómo quedará parado el mercado laboral argentino luego del pico de la pandemia? ¿Ajustará por salarios, por cantidad de empleos, o por ambos? ¿Influirá en el avance de la robotización que se había acelerado en el mundo desarrollado y empezaba en la región? ¿Y, finalmente, cuál será la relación entre el Estado y el sector privado en este contexto? Esas son algunas de las preguntas que se hacen en las empresas y los analistas del mercado de trabajo, a nivel local, y también mundial.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ya advirtió tiempo atrás que, en la Argentina, “como consecuencia de la crisis económica iniciada a comienzos de 2018, se observa un incremento notable en la tasa de actividad, marcado por una mayor participación laboral de las mujeres que ingresan al mercado laboral para subsidiar la caída de ingresos del hogar en este contexto recesivo. No obstante, este aumento en la participación laboral no fue acompañado de un aumento en el empleo, pues la tasa de empleo mostró una tendencia estable a lo largo de los últimos dos años”.
De hecho, en aquel momento la OIT indicaba que “si el PBI argentino llegase a registrar una caída del 3,8%, la disminución en el número de ocupados podría llegar a superar las 340.000 personas”. Pero la proyección actual de recesión del Ministerio de Economía es del 6,5% y, para algunas consultoras, podría llegar al 10%, por lo que cabe esperar una crisis mayor en el empleo.
“En este contexto de crisis económica, el mercado de trabajo de Argentina ya acusaba una situación de gran debilidad antes de esta emergencia sanitaria, con una tasa de desempleo cercana a los dos dígitos y con más de 3 de cada 10 asalariados en una situación de no registro. Se trata de una precariedad laboral que afecta mayormente a los sectores y grupos que, de acuerdo a las estimaciones, se verán más afectados por las consecuencias económicas de la COVID-19”, destacó el organismo internacional.
En este contexto, dos expertos brindaron a Infobae un panorama sobre estas cuestiones sensibles, en medio de la neblina provocada por la pandemia actual.
Uno es Eduardo Levy Yeyati, doctor en economía de la Universidad de Pennsylvania, decano de la Escuela de Gobierno de la UTDT y profesor visitante de la Harvard Kennedy School of Government. El otro es Javier Lindenboim, economista, investigador del Conicet y director del Centro de Estudios sobre Población, Empleo y Desarrollo.
Acerca del futuro de las relaciones laborales luego del pico de la COVID-19, Levy Yeyati dijo: “vale aclarar que el pico de la pandemia se dará mucho antes de la inmunidad y que, mientras no haya inmunidad, el trabajo estará sometido a una logística compleja de restricciones y turnos para evitar aglomeraciones en la empresa y en el transporte público”. “Con la inmunidad, es probable que muchos trabajadores converjan a un régimen mixto de casa y oficina, al que las empresas ya se han ido adaptando por la fuerza”, indicó.
“Pero no olvidemos que nuestra referencia simbólica es el trabajador no manual de clase media de centros urbanos conectados, pero el trabajo en la Argentina es mucho más heterogéneo”, aclaró. En este sentido, explicó Yeyati: “la mayoría de las ocupaciones no son remotizables, y las que lo son tienen límites prácticos, en un país propenso al papeleo y sin conectividad universal; espero que el shock de la pandemia acelere esas dos asignaturas pendientes”.
Por su parte, Javier Lindemboim dijo: antes de la pandemia, ya había “un nivel de precariedad laboral importante. Luego del pico en torno de 2002-2004, se volvió a los niveles ‘normales’ desde comienzos de los años noventa: cerca de un tercio de los asalariados está desprotegido. Lo distintivo es que antes eran sólo los trabajadores de casas particulares y los obreros de la construcción o los ocupados en las tareas agrarias. Ahora se ha difundido a la mayor parte de las ramas de actividad”.
Antes eran sólo los trabajadores de casas particulares y los obreros de la construcción o los ocupados en las tareas agraria los que formaban el nucleo duro de la informalidad laboral, a hora se ha difundido a la mayor parte de las ramas de actividad (Javier Lindenboim)
Luego de los picos de 1995 y 2002, el desempleo también retornó a su rango promedio del último cuarto de siglo, ubicado entre 7 y 10% de la oferta laboral. En este nuevo siglo ese promedio se mantuvo estable; en la primera década por la universalización de los planes sociales y en la segunda por el amplio crecimiento del empleo público. En los últimos años, cayó el empleo, pero más fuerte fue la baja del ingreso real.
Con este panorama se llegó al inicio de la pandemia de la COVID-19, “cuyos efectos no pueden ser otros que el de profundizar los inconvenientes estructurales existentes, debido en gran medida a la probable quiebra de un gran número de empresas de porte mediano o pequeño, y algunas grandes”, admitió.
Por esa razón, agregó Lindenboim, “es de prever que no decline la precariedad laboral, que aumente el desempleo y principalmente que se profundice el descenso de la capacidad de compra de los ingresos laborales. Todo ello ha sido característica del segundo decenio a ritmo moderado hasta abril de 2018 cuando la caída sociolaboral se torna imparable”.
“En el empleo formal, la prohibición contuvo los despidos, aunque no totalmente y los reemplazó por suspensiones pagas, que preservan el puesto si la recuperación no se demora, pero pueden convertirse en un reservorio de futuros despidos que deprimirá el salario real en la pospandemia”, explicó Yeyati.
En el sector informal e independiente, que representa casi el 50% de la fuerza laboral, “el ajuste es inmediato, por cantidad y precio. Al final de esta crisis tendremos menos empleo, pero el impacto en los ingresos laborales será desigual y probablemente regresivo”
¿Más robotización?
En cuanto al avance de la robotización en algunos sectores productivos, Levy Yeyati dijo que “lo natural sería que el shock de la cuarentena llevara a las empresas a profundizar la robotización para independizar la producción de las personas o, más en general, para disminuir la concentración en la empresa, sobre todo en la producción de manufacturas”.
Lo natural sería que el shock de la cuarentena llevara a las empresas a profundizar la robotización para independizar la producción de las personas (Eduardo Levy Yeyati)
Si esto sucediera, “consolidaría una tendencia de décadas de caída del empleo industrial, en un momento de alta desocupación, no del desempleo, ya que muchos desocupados serán registrados como inactivos, profundizando la herencia negativa de la pandemia en términos de desigualdad y pobreza. En la pospandemia, la política estará condicionada por la falta de empleos”, advirtió el economista.
Al respecto, Lindenboim acotó: “el proceso de cambio en el campo laboral no se va a detener. Sin embargo, creo que estamos lejos de un peligro inminente para el grueso de la fuerza laboral. Desde hace décadas el peso relativo de la fuerza de trabajo se trasladó de la producción de bienes al sector terciario. Y en éste una característica es la fuerte presencia de los trabajadores, en tanto muchos de esos servicios no pueden ser ejercidos sino por seres humanos”.
Frente a este panorama sombrío, sería lógico esperar que el Gobierno y el sector privado trabajen en conjunto para repensar el esquema productivo del país, tal vez federalizando más algunos sectores del ámbito público o privado.
Pero Levy Yeyati consideró que “si en el Gobierno lo están pensando, no lo han hecho público”. “Mi impresión es que la pandemia tomó al gobierno por sorpresa mientras ponía proa al 2011, o a los 60, sumando al sector energético a la renta primaria que compensaría el déficit de dólares de la producción local. Nunca sabremos en qué habría concluido ese ensayo”, disparó.
“El turismo siempre será una oportunidad única, pero el duelo de la pandemia demorará su pleno desarrollo. ¿Qué nos queda? Con la incertidumbre del caso, pienso que la pospandemia favorecerá la producción de alimentos y tecnología, y la Argentina tiene base para expandir y enriquecer esas actividades. Los primeros movimientos del Gobierno fueron a expensas de estos sectores. Esta crisis es la excusa para corregir el diagnóstico”, subrayó Yeyati.
Mientras tanto, el Gobierno lanzó varias iniciativas para asistir al sector privado en la emergencia, aunque sin una mirada de mediano plazo, coincidieron ambos especialistas.
Levy Yeyati explicó: “el Estado hizo dos cosas, en línea con lo que hacen otros países: proteger el empleo, pagando parte de los sueldos y subsidiando suspensiones -se hace cargo de las cargas sociales de los suspendidos- y subsidiar préstamos, asumiendo el riesgo a través de un fondo de garantías. No es suficiente por tres razones: la protección beneficia al empleo formal -el 40% de los trabajadores privados-, porque los préstamos no llegan a todas las empresas, y porque los préstamos son préstamos: si las restricciones a la actividad continúan y las empresas siguen perdiendo dinero, no podrán pagarlos”.
De inmediato, admitió que “no es fácil ampliar este menú. Es difícil llegar a los trabajadores precarios independientes e informales más que con medidas de impacto menor, por ejemplo, recategorizando de oficio a monotributistas y autónomos sin ingresos, para que accedan al Ingreso Familiar de Emergencia, o extender el seguro de desempleo a trabajadores informales que demuestren habitualidad”.
En el caso de las empresas, “hay medidas estándar como la suspensión transitoria de ejecuciones. Pero todo esto está limitado por la falta de recursos del Gobierno: no es posible extender esta asistencia a los 18 meses que nos separan de la inmunidad”. Por eso, opinó Yeyati: “lo mejor que puede hacer hoy el Gobierno es preparar la logística de transporte público y los protocolos de trabajo que permite una reapertura gradual de la actividad”.
Difusión cuestionada de datos
A la vez, aclaró, debería corregir algunas decisiones cuestionables, como la difusión de la información de las empresas y empleados que reciben estos beneficios públicos. “Me sorprendió la falta de reacción pública y política. Para empezar, la difusión viola la privacidad de esta información: el certificado puede tener algún fin práctico, pero debería expedirse a pedido del interesado, no estar disponible para cualquiera que cree un perfil”, dijo el profesor de la Di Tella.
Por otro lado, “se señala al trabajador que recibe parte de su sueldo a través de la ATP cuando éste no es un beneficio al trabajador, sino a la empresa que lo solicita. Con ese criterio, deberíamos incluir a los trabajadores del Estado y a los representantes políticos”.
Además, “pone como beneficio préstamos bancarios subsidiados, que no son transferencias ni provienen del Estado. Con ese criterio, deberían también sumarse las empresas privadas que se benefician de alguno de los muchos programas de promoción. En fin, un despropósito, que espero se corrija pronto”, sentenció.
En tanto, Lindenboim opinó que “si sólo atendemos las urgencias nunca llegaremos a dar cuenta de lo importante”.
Si sólo atendemos las urgencias, nunca llegaremos a dar cuenta de lo importante (Lindemboim)
“En este caso lo importante requiere, primero, que las autoridades definan un horizonte, una meta que se procure alcanzar en materia de estructura productiva y configuración social. Y que en base a eso arbitre los mecanismos que propicien su consecución -y cuáles son las ramas y empresas que deben ser apoyadas para asegurar las divisas necesarias para evitar el reiterado cuello de botella de divisas-. Pero también que se disponga a mejorar drásticamente la eficiencia del aparato estatal, que aminore el gasto fiscal y mejore la productividad media de la economía”, apuntó Javier Lindenboim.
“Todo ello no será suficiente si el sector empresario no revierte un comportamiento prebendario y se transforma en un empresariado schumpeteriano, dispuesto al riesgo, al mejoramiento tecnológico y que acepte una razonable participación de los salarios en los resultados de esa mejora de la productividad”, opinó.
Más allá de las fronteras del país, habrá que ver qué pasa con el proceso de globalización que comenzó en los 90. Para Levy Yeyati, “las crisis no disrumpen, sino que aceleran procesos vigentes; esa es mi impresión con la globalización”.
“Venimos de años de desglobalización, con eslabones de producción mudándose cerca de las economías avanzadas, por las facilidades de las nuevas tecnologías y por el creciente proteccionismo del mundo desarrollado. Y de una guerra fría entre EEUU y China por el know how digital, de la falta de coordinación mundial, que quedó al desnudo en la respuesta a esta crisis. Y del crecimiento del populismo nacionalista como reflejo del rechazo a la globalización del trabajo”, detalló.
“Todas estas tendencias se refuerzan con la pandemia. Y si el aperturismo comercial de los 90 y 2000 fue exagerado, hoy el riesgo está del otro lado: que la desglobalización nos lleve a un sistema de guerra comercial permanente. La distribución global de la vacuna contra la COVID-19 puede ser un buen test del estado de situación”, concluyó Yeyati.
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