Debate
La constatación de elementos de la crisis actual no es suficiente para diagnosticar la situación.
Los economistas nos hemos ganado la fama de errar en los pronósticos y ser más prácticos al interpretar los hechos del pasado. Es una mochila difícil de sobrellevar cualquiera sea la opinión que se tenga sobre la fama adquirida.
Quizás por ese motivo la mirada hacia adelante es mejor que se exprese a través de una suerte de conjugación entre la experiencia (que puede ser extraída del acontecer de las décadas recientes) y el futuro más o menos cercano.
La mera constatación de los rasgos dominantes de la crisis actual (abrupto detenimiento y/o caída en el nivel de actividad, duplicación del precio del dólar, estampida inflacionaria, empleo estancado o en declinación, disminución de la participación salarial en el producto) no es suficiente para “diagnosticar” la situación y mucho menos para prever la evolución esperable.
Naturalmente, si se tratara “tan sólo” de retrotraer la economía al momento del cambio de gobierno en 2015 todo sería demasiado simple. Porque ello significaría que los indicadores a ese momento eran absolutamente promisorios y que el macrismo habría apuntado a desmontar los pilares de la bonanza.
Sabemos, sin embargo, que a fines de 2015 las inconsistencias macroeconómicas eran inmensas, las tensiones no resueltas abundaban, el mercado de trabajo había dejado hace tiempo de comportarse de manera floreciente, se había estancado la participación laboral en el producto (en un alto nivel por cierto, como lo muestra el INDEC y corrobora la CEPAL), la inversión continuaba en declive, etc.
Atribuir todos los males económicos y sociales actuales (que no son pocos) a la acción del gobierno que culmina su gestión en menos de un año, sería reiterar las características que nos acompañan como sociedad.
Una de ellas ha consistido en atribuir al pasado inmediato la razón y el origen de los males detectados en el funcionamiento económico y social. Así ocurrió a la salida de la dictadura militar. También lo vivimos al recuperar el gobierno el peronismo en 1989 denostando al radicalismo y en especial la impronta estatista con la que se lo asociaba. El neoliberalismo implantado en los noventa por ese gobierno fue sustituido, luego del breve interregno de la Alianza, por otra versión del peronismo que insistió con énfasis en adjudicar todos los males al neoliberalismo de los noventa.
Luego de poco más de una década asume Cambiemos el gobierno con la convicción de que lo que debe suprimirse es el funcionamiento económico y social sintetizado en la expresión “populismo”.
Lo bueno de todos esos cambios ha sido, sin duda, que ocurrieron como consecuencia de decisiones mayoritarias de los argentinos que se volcaron a través de la disputa electoral. Lo que no ha tenido de virtuoso es el continuo intento de enfocar la atención en la foto y no en la película. De ese modo tienden a quedar postergados temas de naturaleza estructural.
Ilustremos con un ejemplo vinculado con la cuestión fiscal: la estructura impositiva. Por décadas hemos venido escuchando argumentos acerca de la necesidad de modificar la configuración de la carga impositiva en búsqueda de una de naturaleza más equitativa.
Sin embargo hace un cuarto de siglo que se elevó el Impuesto al Valor Agregado al nivel del 21%, no desconociendo que por ser indirecto es un típico impuesto regresivo pues carga por igual los consumos de los sectores populares como de los más empinados en la escala de los ingresos familiares.
Hace dos décadas, por ejemplo, el candidato que resultó triunfante –Fernando de la Rua- sostenía que había cosas que no se tocarían (como la relación uno a uno con el dólar) pero que de triunfar se abocaría a la tarea de lograr una reforma impositiva progresista. Como es sabido, fuera de la resolución que quedó en la memoria colectiva como la “tablita de Machinea” nada se hizo al respecto.
Puede decirse que aquél gobierno no tuvo posibilidad de ocuparse del tema por lo apremiante del momento y la escasa duración de su gestión. Pero el siguiente gobierno electo pecó de lo mismo. En efecto, en la campaña electoral de 2003 Néstor Kirchner proponía también la disminución de la tasa del IVA, la transformación del sistema impositivo para hacerlo más progresivo, etc.
Sin embargo, su gobierno y los de su sucesora más allá de la extensión temporal y del predominio político en las cámaras en la casi totalidad de sus gestiones no produjeron modificación en la dirección indicada (incluyendo el mantenimiento de la “tablita” durante gran parte de ese gobierno).
Aunque ya ha pasado una década, no puede omitirse que lo que se recuerda como la pugna por “la 125” no era en modo alguno parte de un programa de cambio fiscal sino una forma de cubrir el bache que ya estaba produciendo el congelamiento de las tarifas de los servicios. Y para eso se acudía….a un impuesto indirecto.
Otro elemento que puede servir de ilustración es el referido al nivel y la intensidad de la inversión en el país. Es por demás conocido que la demanda laboral es función del nivel de la actividad económica y esta depende en gran medida en su propensión a ampliarse a través de la inversión. Sin embargo, un trazo grueso muestra que esa variable en relación con el PIB ha tendido sistemáticamente a descender desde el gobierno de Alfonsín hasta el presente.
Se sabe que la baja tasa de inversión registrada durante el segundo mandato de Cristina Kirchner disminuyó aún más en el primer bienio del gobierno de Mauricio Macri.
De ese modo es escasamente factible que recupere dinamismo el mercado de trabajo en el país.
Estos dos botones de muestra quizás sirvan para desterrar la pretensión de que las cuestiones propias de la macroeconomía son de otro orden, pertenecen a otro ámbito, no interesan al ciudadano común y corriente.
No hay forma de estructurar una economía sólida, creciente, inclusiva que no cuente en su haber el adecuado ordenamiento de las variables macroeconómicas. Es por eso que la inclusión o no de estas cuestiones en el debate político hacen parte de la pretensión de prever el devenir de la sociedad argentina. ¿Podremos evitar tropezar con la misma piedra?