martes, 29 de enero de 2019

La disputa por la distribución del ingreso El Cronista - 29-1-2019


Columna de opinión publicada en El Cronista, 29-1-2019

La disputa por la distribución del ingreso
Javier Lindenboim
Director del CEPED - UBA
Luego de décadas de declinación, la participación salarial en el ingreso se recuperó tanto en Argentina como en América Latina al comenzar el siglo actual. Esa mejora parece estar en serio peligro.
Desde principios de los años setenta, la participación salarial en la creación de riqueza tuvo un desempeño desfavorable en Argentina. Hubo algunos períodos de recuperación: de 1977 a 1980; de 1983 a 1987, luego de la hiperinflación hasta 1993 y entre 1997 y 2001. Pero la tendencia general fue descendente en extremo al inicio de la dictadura y en forma de serrucho ascendente hasta 2001. La participación salarial en 2002 y 2003 fue tan baja como las de 1977, 1982 o 1989  A partir de 2004 se inicia poco más de una década de intenso incremento con disminuciones en 2010, 2014 y 2016.
En América Latina, según lo acaba de informar la CEPAL en su Panorama Social 2018 (https://www.cepal.org/es/publicaciones/44395-panorama-social-america-latina-2018-documento-informativo) ha habido un comportamiento aproximadamente similar.
Se deducen dos aspectos relevantes. Por un lado, el comportamiento socioeconómico de Argentina no tiene grandes diferencias con el promedio de la región. Por otro lado, se corroboran las estimaciones sobre Argentina pese a la falta de datos sobre distribución funcional del ingreso entre 2005 y 2015 inclusive. Para cubrir ese bache la CEPAL utilizó procedimientos similares a los propuestos por nuestro Centro de Estudios.
Pero como la serie regional llega hasta 2017 inclusive también ratifica que los datos del primer bienio del gobierno macrista se mantienen en el entorno de los alcanzados hasta 2015. Esto en sí mismo debería contribuir a una lectura más serena y objetiva de los datos en cuestión. Una hipótesis que puede presentarse es que tal mantenimiento de la participación salarial sería la contracara del “gradualismo” con el que el gobierno afirma haber orientado su accionar en la primera mitad de su gestión.
Aclarado este punto resta considerar si la evolución reciente (15 puntos porcentuales de aumento entre 2003 y 2014) al tiempo que representa una clara mejoría para los trabajadores se compatibiliza con el desarrollo, pensado éste como crecimiento económico con menor desigualdad. El punto es que en este mismo lapso (aunque viene desde más atrás en el tiempo) la tasa de inversión en términos del PIB viene descendiendo casi sin interrupciones.
Una de las cuestiones no debatidas todavía es, precisamente, cuál es la razón que explica la disminución de la tasa de inversión. Quienes defienden la perspectiva empresarial pueden sostener que durante el decenio de incremento de la participación salarial fue su contrapartida (la disminución de la parte apropiada por el capital) lo que generó el descenso del ritmo de inversión. Sin embargo, ese descenso fue la característica de las últimas décadas.
En lo inmediato, desde el año recién concluido, la situación seguramente ha cambiado. Los datos de la Cuenta de Generación del Ingreso elaborados por el INDEC referidos al segundo y al tercer trimestre de 2018 muestran una sensible disminución de la participación salarial en cada uno de esos trimestres en relación con los lapsos respectivos del año previo. Pero en el mismo año (2018) la inversión habría mostrado una nueva caída. De modo que ese contraste directo, quizás lineal, no permite ser optimista en ninguno de los dos aspectos: ni en la equidad distributiva ni en materia de incremento de la capacidad productiva.
Esa evidencia pone una vez más en el tapete la imprescindible necesidad de cambios tanto en la acción política como en los fundamentos socioculturales sobre los que los ciudadanos asentamos nuestro comportamiento.
Es tan necesario el adecuado encaminamiento de la gestión gubernamental como la generación eficiente de acuerdos entre las fuerzas políticas. Pero a ello deben agregarse cambios drásticos en la sociedad civil que, de producirse, seguramente empujarán la gestión y orientarán los acuerdos. Deberemos dilucidar si el año electoral se constituirá en un obstáculo o en un estímulo.


domingo, 27 de enero de 2019

La realidad sociolaboral del país en un año electoral LA NACION 27-1-19



La realidad sociolaboral del país en un año electoral


Javier LindenboimPARA LA NACION

En este inicio de un año electoral vale repasar algunos datos de la realidad sociolaboral. En la Argentina estamos lejos de ponernos de acuerdo sobre lo que efectivamente ocurre, para poder luego debatir cómo interpretar los datos o qué líneas de acción se proponen. Falta adoptar un conjunto confiable de información.
-El empleo, ¿crece o declina?¿Aumenta el desempleo?

-Entre el inicio de 2016 y el último dato disponible (tercer trimestre de 2018), el número de puestos de trabajo se incrementó en algo más de 750.000. Los datos de la Encuesta de Hogares (EPH) muestran, para el total urbano, unos 450.000 ocupados nuevos entre el tercer trimestre de 2015 y mediados de 2018. Por último, en octubre de 2018 se registraron unos 220.000 empleos más que en diciembre de 2015. Al margen de la falta de la homogeneidad en la información, el dato es que el mercado de trabajo se amplió en este lapso. Esta es una constatación irrefutable. Sin embargo, hay que considerar dos aspectos esenciales: a) la evolución estuvo sesgada no hacia empleos de buena calidad, y b) el mayor dinamismo laboral se dio entre mediados de 2016 y los primeros meses de 2018. Por último, el mayor número de ocupados captados por la EPH fue acompañado de un alza en el desempleo, aunque no originado en destrucción de puestos, sino en búsquedas que no pudieron ser satisfechas.
-¿El salario real se derrumbó?
-En materia de ingresos laborales la situación es preocupante. En el caso de los asalariados privados registrados, los ingresos reales (corregidos por inflación) de octubre último son 5% inferiores a los de fines de 2015. No hay buenas mediciones sobre el deterioro de los salarios estatales ni de los trabajadores precarios. En ambos casos los indicios sugieren pérdidas aun superiores. Sin embargo, la EPH (segundo trimestre) muestra que la merma de los ingresos de la ocupación principal fue de 2% entre 2015 y 2018. Seguramente, los datos de la segunda mitad de 2018 mostrarán una mayor caída del poder de compra.
-¿Hay cambios en la desigualdad y la distribución del ingreso?
-El reciente Panorama Social de América Latina de 2018 de la Cepal muestra que la Argentina es uno de los países con menor coeficiente de desigualdad (Gini). Además, en 2017 -año al que refiere el informe- la desigualdad cayó unas décimas respecto de 2014 y 2016. En cuanto a la participación salarial en el PBI, nuestro país comparte con Costa Rica, Brasil y Honduras las primeras posiciones, y a la vez si bien en 2016 la proporción cayó respecto de 2015, fue mayor a la de 2014. Según el Indec, los ingresos salariales (referidos al valor agregado bruto) fueron en 2017 similares a los de 2016, pero desde el segundo trimestre de 2018 han perdido varios puntos porcentuales.


martes, 8 de enero de 2019

La productividad y la política, en cuestión - Columna en Clarín 8-1-19

Columna publicada en Clarin, el 8-1-2019
Debate

La productividad y la política, en cuestión

Los datos muestran un poco menos de desigualdad producto de los ingresos monetarios.


El año 2018 cerró con la información de que el empleo no había declinado (aunque su calidad dejaba que desear) y que la distribución primaria del ingreso seguía dando muestras de empeoramiento en comparación con el año previo.
Pese a muchas afirmaciones hechas con alguna displicencia, sin embargo, en el tercer trimestre de 2018 el Coeficiente de Gini mostróuna muy leve mejora respecto de 2017 (al pasar de 42.7 a 42.4) y casi tres puntos menos que en 2016. De este modo, los datos muestran un poco menos de desigualdad producto de los ingresos monetarios.
Por su parte, la relación entre los deciles extremos de la distribución per cápita familiar –comparando la brecha registrada en los terceros trimestres desde 2016- muestra estabilidad o mejoramiento según el indicador que se utilice (en la mediana, 16 veces y en el promedio de 22 a 19).
Todo esto en simultáneo con un balance enormemente negativo en materia económica (notable caída del PBI, duplicación del tipo de cambio, aceleración inusitada del ritmo inflacionario) y social (aumento de varios puntos porcentuales de las estimaciones de pobreza realizadas por la UCA).
De aquí podríamos extraer varias conclusiones, que no necesariamente van en una sola dirección. La primera puede ser la desacreditación política del gobierno actual que acaba de iniciar su cuarto año de gestión, a partir de una mirada extremadamente crítica. Ese no parece ser un camino muy promisorio.
Entre otras razones quedarnos allí dificulta encontrar otros elementos relevantes. Por ejemplo, no es bueno omitir que se agudizó la declinación de la tasa de inversión, pero venimos cayendo desde el gobierno de Alfonsín para acá. Con lo cual, la descripción objetiva de la caída en el último período de 11% de la tasa de inversión no explica por qué razón esa tasa en el sexenio alfonsinista fue de 18.6%, durante el gobierno de NK de 17.8 y en los dos mandatos de CFK de 17.1 y 15.9% respectivamente. Luego, en el primer bienio de Macri, caímos al 14.7%. Como hemos dicho hace poco, parece que al “Gobierno de los empresarios”, éstos no lo acompañan.
Otro aspecto relevante se vincula con la inflación que no nos abandona desde hace décadas. El decenio menemista no alcanzó para modificar el comportamiento económico y social de los argentinos (menos aún para desechar el “patrón dólar”). De manera que es altamente probable que el dramático ritmo inflacionario hunda sus raíces en cuestiones centrales del país, más allá de los errores y de las incompetencias atribuibles al gobierno de Cambiemos.
En sentido contrario, pero igualmente relevante es extraer de la realidad presente que la protección social, aún con dificultades, llegó para quedarse.
En conjunto, los dos puntos previos inciden en un tema medular sobre el que, decididamente, no encontramos el modo de hallarle solución. El déficit fiscal fue la característica dominante en el último medio siglo con la excepción del período 2003-2007 y algún año en la década de los’90.
Tomamos también con naturalidad la existencia y perduración de un amplio rango de actividad económica que se desarrolla fue de las normas legales y fiscales lo que es acompañado con un estilo de consumo que lo estimula.
Pero mientras discutimos sobre qué bases podremos reencaminar el funcionamiento de nuestro aparato productivo y los vínculos sociales, deberíamos tener conciencia de que hay procesos que teniendo su lado favorable (por ejemplo, que el empleo crezca aun cuando el PBI declina) deben ser tomados en consideración pues de lo contrario rápidamente se tornarán insostenibles.
La Argentina presenta una productividad que ha crecido menos que la media en el mundo, alejándose paulatinamente de los países que lideran el proceso, en gran medida porque ellos cuentan con tasas de inversión significativamente superiores a las nuestras.
Es decir que una economía moderna no puede mostrar un sendero de escasa inversión y, para colmo, continuamente declinante. Y tampoco puede hacer frente en tales condiciones a atender las profusas demandas que la sociedad expresa de los modos más diversos.
Cómo se pueden transformar estas afirmaciones en expresiones políticas que tiendan a su materialización será, posiblemente, parte de los temas de interés en este 2019 que se inicia.