jueves, 15 de abril de 2021

Un 2021 más difícil de lo pensado Columna en Clarin 15-4-21

 Columna aparecida en Clarin, 15-4-21


El escenario en el que se lanzan las nuevas restricciones a la actividad y la circulación de las personas es extremadamente complejo. Su conjunción con la lenta vacunación y la persistencia de alta inflación, hacen difícil ser optimistas en la materia.

A todo ello se suman las pujas internas en el gobierno que han venido frenando el ímpetu que parecía tener el tándem Alberto Fernández y Martín Guzmán en el verano 2019/2020.

Cuando finalizó 2020 podía imaginarse que el nuevo año tenía rasgos promisorios. Una parte de quienes habían perdido sus trabajos y sus ingresos volvía a la actividad, algunos sectores se aproximaban a los valores previos a la pandemia, el Gobierno había elaborado un presupuesto que esperaba compatibilizar con las autoridades del Fondo Monetario Internacional para un pronto acuerdo.

En síntesis, se esperaba un rebote significativo de la golpeada economía argentina. Sin embargo, como decía el Dante, el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.

¿Cómo llegamos hasta aquí, pandemia incluida? A menos que creamos que hasta la pandemia teníamos una economía y un mercado laboral florecientes, es bueno mirar hacia atrás.

Las cifras son elocuentes. En el gobierno de Néstor Kirchner, el número de ocupados se incrementó en 2,2 millones. En cada uno de los dos mandatos de Cristina F. de Kirchner cada vez menos: 900 mil y 500 mil nuevos ocupados. Durante el gobierno de M. Macri la ocupación aumentó en 900 mil, pero también creció el desempleo en casi medio millón y la suba fue en base al empleo asalariado precario y a los no asalariados. O sea, hubo aumento del empleo, pero de baja calidad.

A continuación, pandemia y cuarentena mediante, en 2020 se perdieron 700 mil empleos (un millón si se expande a todo el país) y los desocupados aumentaron en 200.000.

El mejoramiento de las transferencias directas preexistentes, la preservación de los empleos protegidos (incluyendo los subsidios a empresas) y el necesario aunque limitado IFE, significaron una protección que, sin embargo, no llegó a una amplia franja social: los bien o mal calificados como sectores medios.

Ellos cargaron con buena parte del impacto de la pandemia y la cuarentena, incluyendo el cierre de sus pequeños negocios o actividades autónomas. Esa es la base social y económica de quienes expresan mayor resistencia a las nuevas medidas.

¿Hay luz en el túnel? La respuesta depende de varias cuestiones. Por un lado, de comprender realmente la naturaleza de la crisis y de las dificultades que arrastra la economía.

Tan erróneo, y poco útil, es atribuir la profundidad de la crisis a la pandemia como afirmar que todos los males se iniciaron en diciembre de 2015. Los datos y su correcta lectura indican que así no se explican las limitaciones derivadas del sector externo, las necesidades de financiamiento para nuestro persistente déficit fiscal, la ausencia de dinámica en la creación de empleo, en especial el de buena calidad.

Ninguna de estas cosas empezó con la pandemia ni con el fracaso económico del gobierno de Cambiemos, aunque una y otro ayudaron a profundizar los problemas.

De manera que un paso decisivo es identificar bien lo que hay que resolver. Por ejemplo, el candidato Fernández decía que los intereses pagados por las Leliqs eran una atrocidad y su cuantía sería en su gobierno destinada a satisfacer las necesidades de los jubilados.

Sin embargo, ni una ni otra cosa pudieron materializarse, porque ni el financiamiento fiscal ni el sistema previsional derivan de la buena o mala voluntad del gobierno de turno.

Otro elemento crucial es la gestión oficial de la crisis. Al asumir, el nuevo gobierno pareció orientado a ordenar la economía (“el ajuste previsional de la ley Macri es impagable”) y arreglar la deuda externa con los privados y con el FMI. Con demoras se llegó a un acuerdo con los tenedores de bonos y se elaboró un presupuesto con pautas y metas alejadas del dispendio.

Pero las previsiones para este año están severamente cuestionadas, pues el kirchnerismo se opone al necesario ajuste de las tarifas para achicar en algo el déficit, La situación luce contradictoria. El apriete inicial (percibido también por los estatales) y su expresión en el Presupuesto 2021, constituyen un esquema con sabor amargo: el ajuste de las cuentas públicas. Las posturas. contrarias al ministro Guzmán suenan -así- más progresistas.

Sin embargo, la historia reciente (y no tanto) del país indica que para construir una sociedad más equitativa y sustentable hacen falta; equilibrio fiscal; reconstrucción productiva; una estrategia de crecimiento; pautas que aseguren el aumento de la inversión productiva desde los bajísimos niveles a los que ha llegado; acuerdos de largo aliento para planificar la recuperación de los ingresos reales, y como correlato contención de la inflación.

La gravedad de datos sociales como los de la pobreza no debe generar confusión: la distribución es la contracara del proceso productivo. La redistribución (sea vía subsidios u otras transferencias) no puede autosostenerse si no es en el marco de la generación de riqueza.

La estrategia económica presidencial, aunque difusa, se propuso una dirección correcta. Pero dentro de las filas oficiales hay quienes la boicotean, quizás con el interés mezquino de que en lo inmediato puede mejorar su perfomance electoral. Esa postura expresa una falacia.

Sus exponentes aparecen como progresistas, pero son lo contrario pues empujan a más inflación y a un desajuste cambiario. Desde dentro del gobierno y de la sociedad en su conjunto sería importante que tomemos conciencia de ello
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martes, 6 de abril de 2021

viernes, 2 de abril de 2021

Por qué en 2020 La pobreza aumentó menos que en la crisis de 2001, pero la recuperación será peor y tardará más Nota de M J Rumi, La Nación, 2-4-21

 Nota de María Julieta Rumi, LA NACION, 2-4-2021



jueves, 1 de abril de 2021

¿Son "nuevos" los datos sobre pobreza ? Columna en INFOBAE 1° 4 2021

 Columna aparecida en INFOBAE 1° 04 2021

¿Son “nuevos” los datos de pobreza?

Los datos del Indec para el segundo semestre de 2020 nos llevan al origen del problema: la distribución del ingreso en Argentina es, desde hace demasiado tiempo, insatisfactoria

Luego de anuncios no poco alarmistas que presagiaban un índice de pobreza cercano al 50% de la población, el Indec anunció, para la segunda mitad de 2020, un valor sensiblemente distinto: 42% de pobres, de los cuales uno de cada cuatro estaba en condiciones de indigencia.

Más allá del impacto que se produce cada vez que contamos con un nuevo dato sobre la incidencia de la pobreza en el país, la noticia siempre nos lleva al origen del problema: la distribución del ingreso en Argentina es, desde hace demasiado tiempo, insatisfactoria.

Como en toda América Latina, desde los altos valores registrados alrededor del cambio de siglo, se produjo un constante descenso –en la primera década– tanto de los índices de pobreza como de la indigencia. En la región, disminuyó en ese contexto el número absoluto de personas afectadas.

Sin embargo, a comienzos del segundo decenio el estancamiento de esa mejoría se transformó en reversión de la tendencia de manera que ya antes de la aparición de la pandemia COVID-19 los datos se asemejaban a los de una década atrás. La descripción, que alude a América Latina en base a los datos de Cepal puede aplicarse también a la Argentina.

Claro que en nuestro país hemos padecido desde manipulación de las estadísticas públicas, dentro de lo cual las de pobreza sufrieron quizás el mayor impacto, hasta explicaciones simplificadoras como las que sostenían que el recrudecimiento de la pobreza era exclusivo resultado de la gestión de Cambiemos.

Sin entrar en demasiadas precisiones, ante la ausencia de datos oficiales creíbles del período 2007 a 2015 inclusive, podemos decir que entre 2010 y 2015 cada año se agregó medio millón de personas en esa condición de pobreza. Durante el primer bienio del gobierno de Mauricio Macri hubo una disminución neta de un millón. Pero en la segunda mitad de su mandato, la caída del nivel de actividad económica y el empuje inflacionario fuertemente asociado al descontrol cambiario, se agregaron más de cuatro millones con lo cual el balance neto fue de 3,5 millones de personas que se sumaron a la pobreza preexistente.

Ante la ausencia de datos oficiales creíbles del período 2007 a 2015 inclusive, podemos decir que entre 2010 y 2015 cada año se agregó medio millón de personas en esa condición de pobreza

Ahora con la pandemia y en especial con el modo que hemos adoptado para enfrentarla (prolongada cuarentena, en primer lugar) al tiempo que el nuevo gobierno no ha encontrado la manera de controlar el proceso inflacionario nos enfrentamos a un escenario dramático: se agregaron otros tres millones de pobres en 2020 en parte porque se perdieron millones de puestos de trabajo (parte de los cuales se recuperaron hacia finales del año) lo que generó, para el grueso de la población, una disminución sustancial de los ingresos, incluyendo una gran porción de ella que quedó sin ingresos en absoluto.

Las necesarias medidas de contención (IFE y subsidios a empresas para el pago de salarios) fueron útiles aunque insuficientes y a la vez agravaron la situación fiscal, pues se solventaron sólo con emisión. Con lo cual, se potenció la pulsión inflacionaria como lo muestran los índices desde diciembre para aquí.

Se agregaron otros tres millones de pobres en 2020

Un aspecto no poco importante a tener en cuenta. Según datos de la UCA, aun entre los jefes de hogar con “empleo pleno” la incidencia de la pobreza era relevante. Entre 2010 y 2015 osciló en valores del 20% es decir que uno de cada cinco trabajadores en tal condición, igualmente era pobre. En 2017, el porcentaje bajó fuertemente al 15% pero fue una mejora efímera. Luego no dejó de aumentar hasta llegar en 2020 al 26 por ciento.

Este dato corrobora que tener trabajo y ser pobre no alude a núcleos separados, sino que se superponen. Dicho de otro modo, es importante ver por qué la distribución primaria del ingreso es tan deficiente que obliga a apelar a instancias redistributivas. Estas, con ser necesarias en condiciones especiales, no pueden ser la base de funcionamiento de una sociedad más equilibrada, más productiva y más equitativa.