A raíz del desatino del Ministro de Justicia (de Justicia?) al celebrar con dos mil asistentes el fin de año en las instalaciones de la ESMA y en virtud de ciertos intercambios habidos entre distintas personas que han sufrido los horrores de la represión, muchas de las cuales han repudiado duramente aquel comportamiento y algunos han expresado su opinión favorable a una utilización más "flexible" de los lugares de la memoria, me encuentro entre los que creen que deberíamos proteger -para garantizar lo mejor de la memoria- dichos lugares. Y frente a los honestos planteos de mayor amplitud me inclino porque tal cosa pueda surgir de un debate y no de una imposición materializada a partir de una falaz apropiación de la historia.
Por eso me acordé de una expresión de la Senadora Norma Morandini. Puesto en el buscador me apareció la reproducción de la intervención de la Senadora en ocasión de la inminente realización de un "tribunal popular" erigido en contra del periodismo.
Con todo mi respeto reproduzco esa breve alocución
CÁMARA DE SENADORES DE LA NACIÓN
7ª Reunión – 3ª Sesión ordinaria – 28 de abril de 2010
Sr. Presidente. – Tiene la palabra la señora senadora Morandini.
Sra. Morandini. – Gracias, señora senadora, por sus ponderaciones.
Señor presidente: suelo decir que el sufrimiento lo único que hace es darnos autoridad para que podamos contarles a los otros lo que pasó en nuestro país. Pero ese sufrimiento no nos da derecho a organizar una sociedad en la medida de nuestros despojos. Hemos escuchado esta mañana en la Comisión, en los relatos con amigos, en lo que se dice en la calle, que nuestro país vuelve a reproducir temor, miedo. Y en los temores de hoy están los terrores de ayer. Miro este recinto y veo gente joven que ignora –porque no lo vivió; es decir, no es que ignore sino que, por suerte, fue protegida– aquel tiempo de locura en que una muerte se vengaba con otro cadáver; esa espiral de violencia que antecedió al golpe militar. Hemos ido más lejos que nadie. Gracias a que nuestra democracia pudo sentar en el banquillo de los acusados a los jerarcas de la muerte, tal vez, no nos hemos dado cuenta de ese aspecto invisible, cultural, que también nos dejaron los años del autoritarismo. A lo largo de la democracia, hemos naturalizado fenómenos que son claramente antidemocráticos, como por ejemplo, que haya espionaje telefónico, las descalificaciones personales y ideológicas, el que tengamos que descalificar personalmente a otro para dar fortaleza a nuestro argumento. Veo también que tenemos una gran contaminación del pasado con nuestro lenguaje. Los escraches fueron una forma creativa utilizada por los H.I.J.O.S.; allí se personalizó la tragedia, en donde estaba la identidad de la inocencia. A aquellos hijos de desaparecidos, cuando empezaron a crecer, les pusimos rostros, les pusimos nombres, contamos en uno la tragedia de todos y ya nadie pudo decir en nuestro país que no había pasado lo que pasó. Y ellos, en la creatividad juvenil, utilizaban el escrache para señalar en dónde vivían los represores. De modo que escrache es delito; escrachar es señalar al delincuente. No confundamos pensando que lo que se hace ahora en relación a los periodistas son escraches, porque no estamos hablando de delincuentes. La prensa es un valor constitutivo de la democracia; y como este es el lugar de las leyes, es necesario que repitamos hasta el hartazgo que tenemos toda una normativa a la que nuestra Carta Magna, en la sabiduría de la Reforma de 1994, se ha subordinado. Tenemos la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, de 1948; el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales; el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos; la Declaración de Teherán; la Declaración de los Derechos y Deberes del Hombre; la Convención Americana sobre Derechos Humanos; el Pacto de San José de Costa Rica. Y tras todo este andamiaje interamericano, contamos no sólo con una serie de declaraciones como la de Chapultepec, la de Lima y la Declaración de Principios sobre la Libertad de Expresión sino también con nuestra Constitución, que se ha subordinado a todos esos tratados internacionales en los artículos 33, 42, 43 y 75, inciso 22. Por lo tanto, no tienen que quedar dudas de que la prensa es un valor constitutivo de la democracia. Sí tenemos que dar otro tipo de debate sobre la relación que estableció el poder político con la prensa, sobre la promiscuidad que se ha dado con muchos que aparecen como periodistas y que en realidad son “lobistas”; y, también, tenemos que decir claramente que quien cobra no es un periodista, pero ese es otro debate; esa es una discusión que nos tenemos que dar. La misma sociedad es la que va a ir premiando a aquellos que cumplen con independencia la función de informar. Porque cuando se ataca a un periodista no se lo hace sólo a él, que efectivamente tiene protegido su derecho subjetivo a hablar, sino también a un derecho que está encarnado en todas las democracias modernas, como es el que tienen las sociedades a ser informadas. De modo tal que hay una relación íntima entre la calidad de la información y la calidad de la democracia.
No quiero extenderme ni ahondar en cosas que aquí se han dicho, pero sí quiero hacer una reflexión sobre lo que va a suceder mañana con relación a esto que se llama “tribunales populares”. Todos los argentinos debemos a las Madres, a estas Madres en duelo que, en nombre de todos, increparon al poder militar para preguntar dónde estaban sus hijos, y que en esa caminata de los días jueves fueron abriendo para todos los argentinos espacios de Justicia y de verdad; todos los argentinos somos deudores de esas mujeres que simbolizamos en el pañuelo blanco; a ellas va a ser eternamente mi homenaje. En Grecia ocultaban a las madres en duelo, porque decían que no había nada más subversivo que una madre que ha perdido a su hijo. Las décadas democráticas han ido agregando a las plazas públicas de nuestro país a nuevas madres en duelo a lo largo y ancho de la Argentina, y ahora ellas nos increpan a nosotros, como poder del Estado, porque hemos sido incapaces de construir una cultura de derechos humanos que vaya sacando de las plazas de nuestro país a madres en duelo. Es probable que, en la medida en que nos vayamos alejando del miedo, empiecen a aparecer todas las cosas que no hicimos, como por ejemplo, analizar con madurez toda la red de complicidades que hicieron posible aquel delirio de la dictadura y el terrorismo de Estado, un Estado que se enloqueció por el terror, pero que está encadenado a este otro Estado al que la ciudadanía le está clamando protección. Con respecto a lo que va a pasar mañana en la Plaza de Mayo, vuelvo a apelar a la presidenta, porque creo en su compromiso con los derechos humanos. No se trata de cancelar la libertad del decir sino que se trata de lo que tiene que acompañar siempre a la libertad del decir, que es la responsabilidad inherente al hecho de decir. No puede haber censura previa porque después hay responsabilidad ulterior. De modo que es necesario, y para ello apelo a la mejor energía democrática de nuestro país y a mis compañeros senadores –especialmente, a los del oficialismo– parar este círculo de confrontación que va creciendo cada día más y en el cual perdemos todos. Porque en el campo de batalla sólo quedan heridos. Por ello, celebro que hoy podamos hacer una declaración conjunta, porque donde tenemos que unirnos es en la defensa de los valores. Los derechos humanos no admiten interpretaciones: no son de izquierda ni de derecha, ni del oficialismo ni de la oposición, sino que son derechos que hay que consagrar y que el Estado tiene que garantizar. En un estado de terror, cuesta asignar valores absolutos por las responsabilidades. Debemos desentrañar y enjuiciar para condenar al terrorismo de Estado, pero también debemos reivindicar a un derecho no escrito como es el de vivir sin miedo. En este sentido, les voy a recordar a ustedes algo que hoy paso a entender en su verdadera dimensión: en el juicio a las Juntas, Massera, con el dedo acusador, le dijo a los jueces que lo condenaron “Yo soy responsable, pero no me siento culpable”. En esa época, yo tenía miedo, como lo tenía toda la sociedad argentina –que miró casi espiando lo que fue ese juicio a las Juntas–, pero después de más de veinte años de lo que dijo Massera en ese juicio, pregunto si, en realidad, lo que no quiso decir, o dijo y no lo quisimos entender, no fue lo siguiente: “Soy responsable de haber mandado a matar, pero ustedes, la sociedad, son culpables de haberme dejado matar”. Y en eso, toda la sociedad tiene alguna responsabilidad, porque hay que condenar al terror y no lo que las personas, de manera individual, pueden hacer. Porque cuando hay terror, no hay dignidad humana; el terror nos reduce como seres humanos a lo que no somos.
Por ello, apelo y agradezco a los compañeros senadores del oficialismo que se sumen a este clamor para desarmar las palabras que vienen envenenadas, porque palabras de descalificación abren el camino a aquellos que no han vivido el tiempo del terror. Tenemos que cuidar, ser responsables y no hacer política con el pasado, porque es ahí donde estamos anidando lo que no queremos más, ese nunca más que ojalá podamos encarnar todos los argentinos en lo más profundo de nuestro corazón. (Aplausos.)