Septiembre 2014
JAVIER LINDENBOIM
De recesión, inflación y buitres
Por Víctor Pais
Economista, Investigador Principal del Conicet, director del Centro de Estudios sobre Población, Empleo y Desarrollo (CEPED) de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA y autor de numerosas publicaciones relacionadas con su especialidad, Javier Lindenboim nos recibió en su casa de Villa Crespo para ofrecernos un cuadro de algunos aspectos de la inquietante coyuntura económica actual, así como un análisis de sus causas.
Algunas lecturas sobre los últimos informes del Indec concluyen en que se perdieron en el último año 527.000 puestos de trabajo. ¿Qué reflexión le merece este dato?
–Yo he cuestionado en los últimos días a aquellos que han salido a cuantificar en ese orden de magnitud la caída. La tasa de ocupación, que es la relación que hay entre el total de ocupados y el total de la población a la cual pertenecen esos ocupados, es lo que cayó casi dos puntos: 1,7 con respecto a un año atrás. Entonces si nuestra población más o menos es de cuarenta millones, una caída de 1,7 en la tasa de empleo representa algo así como medio millón de personas. Pero en un año contra otro la población también aumenta y ahí vienen los comentarios derivados de esto. Primero, aunque hubiese quedado constante la tasa, eso hubiera significado que hubiera aumentado el empleo, porque la población creció. Ahora bien, el Indec también hace esa cuenta y en el informe de prensa hay una estimación de valor absoluto, y en la estimación de valor absoluto comparado con un año atrás, ¡oh, sorpresa!, dice que la cantidad de ocupados de este año contra un año atrás es más o menos la misma. ¿Qué digo yo de esos datos? Si cayó tanto la tasa de empleo y el número absoluto según el Indec no varió, la única explicación posible es que la población en conjunto haya crecido más o menos al mismo ritmo que cayó la tasa. Eso significaría que tiene que haber crecido 1,7 más o menos. Pero hace dos décadas por lo menos que la población está creciendo a poco más del 1% y en disminución. A mí me parece que, así como han dibujado durante siete años otras estadísticas, es probable que en el Indec, en este momento, estén dibujando también las estimaciones que debieron surgir de una cuentita común y corriente (si la población el año pasado era cuarenta y este año es cuarenta y uno, la tasa tiene que reflejar ese cambio). Esa sería la posible explicación de por qué al Indec le dice el dato propio que no cayó el empleo pese a que cayó la tasa. Pero lo importante es que así haya caído quinientos mil, trescientos mil o cien o nada hasta un punto, hoy no me es imprescindible para decir que estamos en un serio problema en el mercado laboral. El problema lo puedo mirar por la variación de la tasa; este cambio en la proporción algo significa, aunque me quieran engrupir con las estimaciones absolutas.
–¿Qué otros indicadores hay de recesión económica?
–Hay otras cosas que están pasando que se ven por otra tasa: la de actividad. La tasa de actividad es un cociente que tiene en el numerador tanto a los ocupados como a los desocupados: la población activa dividida por el total de la población. Eso también venía subiendo, bastante hasta 2007, muy cercano a 0 la variación en los años posteriores, pero hace un año y medio o dos que está levemente cayendo. Cuando esto pasaba en los años 90, decíamos que era el resultado de la aplicación de las políticas neoliberales que tiene como efecto, entre otros, desafectar a parte de la fuerza laboral a través de algo que los expertos llaman el desaliento en la participación del mercado de trabajo. Si ahora cae también la tasa de actividad, yo no voy a decir que lo que pasa en Argentina hoy sea igual que en los 90; lo menos que voy a decir es que no podemos seguir creyendo que estamos creando empleo como en los primeros años de la salida de la crisis porque hace rato que eso no pasa, y por lo menos lo que necesito es preguntarme ¿por qué no está pasando? Y eso el Gobierno no lo permite porque ni siquiera reconoce que tenemos un problema de empleo.
–Y siguen dibujando cifras…
–Hace treinta años que dicto una materia que se llama Cuentas Nacionales y siempre les digo a los alumnos que para este tipo de información, en general para toda la socioeconómica, lo fundamental es tener los datos provistos por el ente que corresponde al Estado nacional, en este caso, el Indec. El problema es que ahora nos han puesto un revólver en la cabeza porque nos han mentido ostensiblemente. Primero sin reconocerlo y después reconociéndolo en enero, cuando dijeron “tiramos a la basura todo lo demás, nos olvidamos, no les damos los datos de los últimos meses, no construimos nada para comparar para atrás”. Lo peor de lo peor en materia de estadística pública es lo que han hecho.
–Y respecto del argumento de que falsificaban los datos de inflación porque el pago a los bonistas estaba ajustado al CER [Coeficiente de Estabilización de Referencia]…
–Eso lo decía la gente que quería defender la política oficial sin tener argumentos. Supongamos que fuera cierto. En primer lugar, el Gobierno no lo dijo nunca. Si lo hubiera dicho, se ganaba cualquier cantidad de juicios porque el CER era una cosa que dispuso y ofreció el Gobierno en 2005 cuando se renovaron estos bonos que están en discusión ahora. Este Gobierno ofreció el CER como mecanismo de ajuste de los bonos que se renovaban en pesos, por lo tanto, si mentía nada más que para pagar menos, es un estafador vil. ¿Eso es lo que fue el Gobierno? En la práctica, sí. ¿Pero fue una decisión? Es peor todavía. Porque una cosa es cuando a uno le sale mal algo, se equivoca y comete un error. Si el error fue adrede, es una estafa ostensible. El argumento era perverso: les sirve que el índice suba porque ganan más. Pero el problema no es si les sirve a los que usan el índice para algo sino si sube o no sube. Esto podría tener algún sentido si el índice hubiera sido impuesto por terceros, pero lo propuso el Gobierno y lo elabora este Gobierno, y los acreedores son tan buena gente, dicho con y sin ironía, que dijeron “está bien, aceptamos como cláusula a los bonos denominados en pesos que se ajusten con la inflación que la van a estimar ustedes”. Este es el nudo del problema.
–Usted mencionó la política de generación de empleo de la salida de la crisis en la primera etapa kirchnerista. ¿Por qué fue posible en ese momento?
–Uno, si es demasiado bondadoso, puede decir política de generación de empleo. Si uno quiere ser, no por menos bondadoso, más objetivo, puede decir que cuando uno cae a un pozo más profundo el rebote suele ser más alto. Nosotros tuvimos cinco años de crisis que no empezó en 2001 sino en el 98. A mediados de 2002, después de la devaluación, se crearon nuevas condiciones. La devaluación jugó un papel central.
–Entonces, no hubiera existido esa política de empleo si previamente no se devaluaba…
–Absolutamente. El empleo es una demanda derivada de la actividad económica. Si no hay actividad económica, no hay demanda ocupacional. Y la gente lo tiene tan claro que, dicho groseramente, suele argumentar: “No queremos un plan, queremos un trabajo”. Y tiene claro que el problema no es lo que el intendente le dé, que muchas veces le es bienvenido para que pueda comer, sino que exista la posibilidad de ejercer un trabajo honesto. Eso es lo que se logra cuando la política económica estimula el crecimiento y nosotros tuvimos la virtud, en la política oficial, de tomar medidas que garantizaran que la producción nuestra se colocara afuera, como nos lo demandaban China, India…
–Precisamente, junto al factor de la devaluación, estaba el del contexto internacional favorable...
–Justo en diciembre de 2001, cuando nosotros nos estábamos por incinerar, la Organización Mundial del Comercio admitió a China, que estaba al margen. A partir de ahí aparece en el comercio internacional un actor inexistente hasta ese momento, que era un monstruo, poblacionalmente hablando, con creciente capacidad económica. China dinamizó buena parte de la actividad económica de toda América latina, porque a nosotros y a Brasil nos compraban soja, pero también demandaban más petróleo, etcétera, y entonces Venezuela, Ecuador, Bolivia pudieron hacer los cambios que hicieron, en parte por los debates y lo que internamente esas sociedades produjeron, pero la condición material estaba dada porque el petróleo se fue a 150 dólares. Estaba a la tercera parte antes del sacudón. Es decir que esas condiciones internacionales influyeron en toda América latina.
–¿Cuáles fueron las causas para que a partir de 2007, como usted refirió, comenzara el agotamiento de esa tendencia favorable?
–Me animo a comentar algunas. En ese período, cuando se intervino el Indec, empezaron a aparecer tensiones inflacionarias que se debían a la insuficiente dinámica de inversión para ampliar la capacidad productiva. Hasta ese momento, por lo que dijimos antes, lo que más hubo fue mucha demanda de empleo a partir de la utilización de la capacidad instalada. Fábricas que estaban paradas o con muy poco aprovechamiento podían, sin inversión, solamente poniendo de vuelta en movimiento lo que ya estaba –máquinas, edificios, locales– tomar gente y ponerla a trabajar. Pero eso tiene un alcance. Se dice, para entender el tema de la productividad, que si usted tiene una hectárea y tiene una persona trabajando le rinde x. Si pone dos personas, es probable que el incremento que obtenga en ese momento sea más que proporcional, pero, si ya puso cien personas, se van a pisar unos a otros. Lo que uno siembra el otro lo destruye. Hace falta invertir, comprar otra hectárea. Entonces en la economía en su conjunto también hace falta permanentemente invertir porque la sociedad necesita ampliar su capacidad de producción, y eso que es una necesidad tiene una implicancia preocupante por el lado del empleo, porque este aumento de la productividad, si el empresario invierte, lo hace porque ve que hay mercado, pero además porque quiere bajar sus costos, y parte de la baja de sus costos es ahorrarse mano de obra. Si tiene éxito en la inversión, va a poder producir lo mismo con menos gente o con la misma gente va a producir más. Por lo tanto, eso que es una necesidad para que todos tengamos más bienes, más servicios, etcétera, tiene una implicancia de que o tenemos que producir muchísimo más que antes para que siga siendo necesario cada vez demandar más gente o empezamos a tener problemas de empleo. Eso es lo que nos empezó a pasar en 2007, porque no es que hubo inversión significativa en esos primeros años del kirchnerismo, sino más utilización de lo que teníamos como capacidad productiva. En lugar de preocuparnos mucho por eso, dicen algunos economistas, se recorrió el camino más sencillo creyendo que esa nueva situación era un nuevo modelo económico.
–Y los problemas de empleo se suman al ya viejo problema de la inflación…
–Es necesario encontrar –y nunca fácil– un equilibrio entre lo que consumimos ahora y lo que vamos a consumir después como sociedad. Esto es: producimos más sobre la base de que nos comemos todo lo que producimos, o producimos y comemos un poquito más, o nos vestimos un poquito más, o habitamos un poco mejor, pero también somos prudentes en resguardar una parte para aumentar la capacidad de producción, si no la gente cree que porque recibe un salario nominalmente más grande va a estar mejor, pero cuando va a comprar no encuentra los bienes que necesita. Eso más temprano que tarde produce inflación.
–¿La gente no encuentra los bienes o no le alcanza el dinero para comprarlos?
–Si nosotros somos, al mismo tiempo, productores y demandantes, o alguno es productor, el empleador, y nosotros somos los trabajadores, si por algún mecanismo se nos paga mayores salarios pero no aumentando la producción, con ese salario tenemos los mismos bienes para comprar. Tenemos más plata pero los mismos bienes. Los economistas usan la expresión ceteris paribas, es decir, si no cambia nada de lo demás, el resultado esperado va a ser presión para la inflación. A menos que haya políticas que digan “bueno, fomentemos el ahorro, no todo tiene que ir a consumo, vamos a dar un estímulo para que ahorren y con eso se financien las inversiones”. Esto, dicho de manera muy llana, es lo que nos falló. Entonces cuando mucha gente, muchos con buena intención, otros con no tanta, vinieron diciendo en estos años que el problema era de oferta, estaban hablando de esto. Cuando hay problemas de oferta, es que no hay suficiente producción y, como nos ha venido pasando en los últimos varios años, el Estado dejó de disponer de fondos que no presionan hacia los precios como la emisión, que es lo que se viene haciendo ahora, puramente emisión. Eso es lo que provoca inflación. Y,aunque uno no sea un economista monetarista, no puede negar que solamente Venezuela y nosotros somos los que en América latina tenemos inflación, y somos países igual que los otros donde hay mucha concentración económica, grupos monopólicos y desigualdades notables. Parece ser que la política monetaria y fiscal algo tiene que ver en el proceso inflacionario.
–Independientemente de nuestras particularidades, ese aspecto común que afecta a todos los países de América latina referido a la concentración y a los monopolios ¿no es clave para entender nuestras dificultades?
–Absolutamente sí. Creo que hay que actuar en esa dirección. Este Gobierno no ha hecho nada, salvo la verborragia expresada en la Ley de Medios y dirigida solo en todo caso a un sector concentrado. A mí me puede desagradar muchísimo la concentración en los medios en general o en Clarín en particular, pero de lo que nadie me puede convencer es de que la concentración en los medios sea la que explica las dificultades por las que estamos pasando nosotros respecto del funcionamiento económico general. En 2007, la Comisión de Defensa de la Competencia, que en ese momento dirigía [José]Sbatella, había sacado una resolución por la cual le aconsejaba al Gobierno no permitirle a Clarín que fusione Multicanal con Cablevisión. Kirchner, el día anterior a terminar su mandato, firmó el permiso para la fusión; es decir que después de eso me quiere venir a convencer de que el Gobierno es el enemigo del monopolio mediático. Recuerdo un estudio de [Claudio]Lozano sobre concentración económica que decía, con datos de 2007 contra diez años antes, que la concentración económica era mayor en el siglo XXI que en el XX, y también la extranjerización. Por lo tanto, puede admitirse que el Gobierno haya querido hacer política antimonopólica, pero le fue mal, es decir, nos fue mal a nosotros.
–La ley de Abastecimiento es otra de las tantas iniciativas del Gobierno que pretenden ser presentadas como antimonopólicas…
–No tengo la menor expectativa favorable de que esto sea hecho para resolver lo que empeoraron durante todo este tiempo. Yo creo que tiene otras intenciones. ¿Cuáles? No lo sabría decir. El argumento que he escuchado es que sirve para proteger a los consumidores. Está muy bien que se intente proteger a los consumidores, pero creer que con pedirles a las empresas información detallada del último tornillo que compran me parece que además de inviable es una demostración de un carácter demasiado iluso, por lo menos.
–¿Cómo evalúa, a la luz de la coyuntura actual, la llamada política de desendeudamiento?
–Eso del desendeudamiento primero que no fue tal, no fue una decisión, no fue una estrategia, sino que fue consecuencia de que no resolvíamos los problemas y a eso lo llamamos lindo y lo pudimos hacer porque usamos la plata directamente. Digamos que el Estado argentino se financió, por un lado, en 2008, cuando se sancionó la estatización de las AFJP. Eso fue una gran masa de dinero que pasó a ser manejado por el fisco y le dio una libertad de movimiento impresionante. Simplificándolo: es una plata que estaba manejada por empresas que hacían pingües negocios y ahora pasó a ser manejada por el Estado. Duró poco. Luego vino la pelea del Gobierno con Redrado, que era presidente del Banco Central, porque querían esos fondos. Una vez que lo echaron y la pusieron a Mercedes Marcó del Pont, empezaron a usar la plata del Banco Central. Y el Banco Central empezó a tener problemas de otro tipo, porque por la política económica general empezó a haber fuga de capitales, y entonces llegó un momento en que no había dónde tener una pelusita más para bancar los gastos, y a partir de ahí es cuando se empezó a dar a la maquinita mucho más fuerte, cuando el Estado dejó de tener superávit fiscal y empezó a tener déficit fiscal.
–¿Qué opina de hacer girar la política en torno a la consigna “patria o buitres”?
–Podemos discutir sobre muchas cuestiones, pero llevarnos a un esquema de simplificación tan maniqueo es realmente indignante. Se habla mucho de las necesidades energéticas; de Vaca Muerta, de Chevron. Nadie sabe cuál es el contenido de los acuerdos que firmó el Gobierno con Chevron y con el Club de París. Hasta el año pasado, en los documentos oficiales del Ministerio de Economía, se decía que le debíamos al Club de París algo así como seis mil millones de dólares y, según lo poco que el Gobierno dijo, es que había negociado que se le saldaba todo con nueve mil millones. ¿Por qué en un arreglo con una institución como esta, que habitualmente no cobra los punitorios cuando se normaliza la situación, nosotros fuimos y pagamos livianamente un 50% más de lo que debíamos? Hay muchas cosas que son oscuras y alguien debe ser el beneficiado de todo esto. Y a eso no lo llamamos buitres.
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