viernes, 15 de abril de 2016

Una interesante mirada sobre la aparición de UBER en el transporte urbano metropolitano

ARTÍCULOS DE OPINIÓN
Uber: repensar el sistema de movilidad
Fabio Quetglas*
Los términos del debate en torno de la llegada a Argentina de la empresa “Uber” están mal enfocados. La disputa se despliega en torno de si se trata o no de competencia desleal. No es un aspecto irrelevante, pero en cualquier caso corresponde añadir algunas cuestiones, ya que el futuro servicio a implantarse (o no) tendrá decisivas consecuencias urbanas. Cualquier gobierno que pretenda regular un servicio público debe tratar de homogeneizar las exigencias requeridas a los prestadores, aunque no siempre lo hace bien.
En este mismo instante en cientos de puntos de nuestra Area Metropolitana grupos de conocidos se organizan para usar el auto de uno de ellos rumbo al cine, el trabajo o la escuela de los hijos. Muchas veces, cuando esa tarea es rutinaria, se pasa la gorra para los gastos o bien se rota de auto. El Estado en estos casos (llamémoslos “casi Uber”) no hace nada respecto de los seguros, de las condiciones de los conductores o del auto. Lo que sucede con Uber (y también con las plataformas de canje de cosas usadas o préstamo de casas, etc.), es que multiplica la posibilidad de colaboración de una manera exponencial.
Una primera pregunta es si a las ciudades les conviene que el espíritu de colaboración se expanda.
Cuando los taxistas, con derecho y con razón, enunciaban todas las cosas que ellos debían cumplir para trabajar, la respuesta natural es anti-Uber. Pero otra consideración que corresponde hacer, suponiendo por un momento que no existe la tensión que agrega ahora Uber, es si todas esas condiciones son lógicas o constituyen capas geológicas de obligaciones no necesariamente razonables y que responden más a ventajas corporativas o a un burocratismo inmovilizante.
Una segunda cuestión es analizar si Uber es la gran oportunidad para pensar un aspecto de nuestra movilidad urbana. Porque la resistencia de los taxistas puede tener aspectos legítimos, pero no puede ocultar los déficits que ese servicio tiene.
Otra cuestión a tomar en cuenta son las consecuencias de una eventual respuesta “prohibicionista”. ¿No podrían los comercios actuar contra el e-commerce bajo los mismos argumentos que los taxistas?; o inversamente: si no nos tomamos el trabajo de regular Uber, ¿con qué argumento mañana desalojamos al comercio informal del espacio público?
Como vemos, en este tercer punto, claramente Uber interpela a las instituciones a pensar respuestas para el presente y por supuesto que la contemporaneidad es siempre un desafío en un mundo tan tumultuoso.
Un cuarto aspecto no incluido en el debate y tal vez el central desde el punto de vista del gobierno es el siguiente: si sumamos Uber al sistema de movilidad, ¿contribuirá o perjudicará al mismo? Lo que puede traducirse en: ¿habrá más autos en las calles o usaremos mejor los autos que ya están?; y dado que la calidad de la movilidad es un “bien público” a cuidar, ese debería ser el eje para actuar frente a este desafío/ posibilidad.
Permitir Uber sin regulaciones es no comprender el rol del Estado y prohibirlo por presiones sectoriales es no comprender el mundo contemporáneo.
*Socio del CPA.
Clarín, 15-4-2016.

1 comentario:

  1. Muy bueno.Sólo agregaría .Las ganancias de Uber ¿quedan en Argentina o las remiten al exterior?

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