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lunes, 27 de junio de 2016
RECUERDOS
La noche del triunfo de Menem sobre Kirchner en primera vuelta, abril de 2003, me conmovió Lilita Carrió al llamar a votar a Kirchner, en segunda vuelta. Pero lo hizo con una aclaración que pocos entendieron en su dimensión. Hay que votar a Kirchner, con reserva moral.
Hizo falta que pasara mucha agua bajo los puentes.
Luego vinieron muchas historias. Una que no se entendía muy bien, fue la propuesta de la entonces Senadora Kirchner tendiente a modificar el Consejo de la Magistratura.
Apenas un mes después de lograr ese cambio, el gobierno decidió que la variación del precio de la lechuga hacía irreal al IPC. También lo perturbaba el aumento de las prepagas. Como quienes lo procesaban no estaban dispuestos a modificar los criterios en uso, el gobierno de entonces envió representantes (Paglieri, bajo las indicaciones del Secretario de Comercio). Y allí se inició otra saga que perduró durante largos nueve años.
Luego se agregaron delirios económicos cuidadosamente envueltos en apelaciones que parecían engarzar en legítimas aspiraciones igualitarias.
Pero mientras se hablaba de la concentración económica se la promovía tanto por acción como por omisión.
Mientras tanto, por razones que la progresía ha querido justificar, se drenaban cuantiosos fondos públicos a través de amigos devenidos en exitosos empresarios. Irónicamente algunos los llamaron "la burguesía nacional".
Siempre tapando lo indefendible, cuando se supo del desfalco sobre la fábrica de billetes, se la estatizó.
Cuando ese trasnochado episodio saltó a la luz se aprovechó para disimular el resultado de la intromisión en YPF con los amigos que capitalizaron el dinero inexistente para quedarse con parte de la empresa y entonces apareció el desalojo de las autoridades de la empresa antes de aprobarse su estatización. Luego vinieron las bravuconadas contra REPSOL y un par de años después se le pagó casi el doble de lo reclamado por los anteriores dueños de la empresa.
Son muchos los ejemplos de que la verborragia interminable tiene siempre el límite de la realidad. La economía dejó de crecer, el empleo perdió su dinamismo, la distribución del ingreso operada a la salida de la crisis perdió energía. Al mismo tiempo la agresividad verbal y la acción cotidiana se incrementaron.
A quienes denunciaron cosas como el falseamiento de las estadísticas se les imputó de todo. Pero no sólo eso. La sociedad no registró que eso no sólo no era nimio sino que era funcional a una estrategia por demás perversa.
Lo mismo ocurre con la degradación económica y social a la que condujo la gestión oficial en los últimos años cuya reversión va a costar mucho a la sociedad y, como es habitual, siempre va a caer más fuerte sobre las espaldas de los sectores populares. Es deseable que así no sea pero en el capitalismo es escasamente probable.
Pero lo que no debe confundirse es el requerimiento de equidad del uso que pretenden darle a los reclamos por parte de quienes nos trajeron hasta aquí. No tenemos información sobre el empleo pero es llamativo que al tiempo que en 2014 se quiso disimular la caida de puestos laborales (cifras oficiales -la EAHU- daban 400 mil puestos menos) ahora se rasguen las vestiduras como si estuvieran de verdad preocupados por el tema.
Hay mucho que cambiar en Argentina. Pero todo lo que tenemos por delante requiere evaluar cuidadosamente nuestro pasado reciente. En muchas ocasiones nos empecinamos en tropezar con la misma piedra.
La piedra más grande, a mi gusto, es el capitalismo en el que vivimos. Mientras encontramos una buena opción no deberíamos engañarnos con falsas promesas. En particular cuando las promesas terminan en bolsos y valijas arrojados tras los muros de un monasterio.
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