miércoles, 3 de mayo de 2017

La herencia no se rechaza, pero pesa, Clarin 3-5-17

Columna aparecida en Clarin el 3-5-2017, Sección DEBATES

En variadas ocasiones se dice -me dicen- que no es momento de seguir evocando el pasado sino de pensar en el presente y lo que tenemos por delante. Adoptar esa tesitura, sin embargo, implica renunciar a la acumulación de la experiencia tanto la de orden personal como, de manera particular, la de carácter social. Por otra parte, quienes realizan tal crítica sobre el pasado reciente suelen, al mismo tiempo, hacer evocaciones con tal intensidad que muchas veces más que un repaso histórico se torna en una “reconstrucción” no necesariamente fiel.
Abusando del lector, transcribo un breve tramo de una columna que se publicó el 20 de abril de 2015: “Algunas realidades -que no están aún en la tapa de los diarios- deberían preocuparnos seriamente. Por ejemplo, el magro desempeño de la creación de puestos de trabajo en los últimos años (…). Si tomamos sólo el año 2014, la situación es la más negativa de cualquier año posterior a la crisis de principios de siglo XXI. Los asalariados cayeron 1,5%. Casi en su totalidad el descenso lo explican los trabajos regulares, en blanco”.
La mención sirve para desmentir a aquellos que sostienen que los problemas de empleo empezaron en 2016. Que estemos atravesando una complicada situación ocupacional, es una cosa cierta pero diferente. Que la capacidad de compra de los ingresos laborales hayan perdido algunos puntos porcentuales en el primer año de la gestión de Cambiemos también es cierto. Pero todo episodio social tiene valor y significado en el marco de un contexto y de un proceso.
El empleo registrado total creció poco durante el segundo mandato de la presidente Cristina Kirchner. Entre enero de 2012 y diciembre de 2015 sumó 10 puntos porcentuales. Dentro del mismo, los asalariados del sector privado en igual período apenas superaron dos puntos, es decir, por debajo del aumento poblacional. Lo más destacado de ese período fue el empleo público, que creció más del 20%. Este breve repaso refleja el marco de estancamiento o contracción económica que al tiempo que se expresaba en el mercado de trabajo endurecía las dificultades por la ausencia de inversión.
Los asalariados del sector privado no tuvieron en su interior un comportamiento homogéneo. Desde la salida de la crisis de 2001, la industria y la construcción fueron los sectores que mostraron mayor dinamismo. En enero de 2009, ambas ramas junto con las actividades inmobiliarias comprendían el 43% de los asalariados privados registrados. Desde ese momento hasta fines de 2015, sin embargo, su participación en el (escaso) aumento de ese empleo fue de apenas 18% o sea menos de la mitad de lo que era su aporte al stock inicial. El reverso fue que todas las ramas terciarias (exceptuando a la inmobiliaria) crecieron más que proporcionalmente. En la segunda década del siglo XXI Argentina tuvo un comportamiento económico tan volátil que el saldo neto del PIB fue casi nulo. Esto en el marco de funcionamiento de un modelo denominado “industrial de crecimiento con inclusión social”.
De manera que las malas noticias laborales de 2016 continuaron o agravaron un proceso inquietante de los años precedentes. El empleo a nivel agregado se caracterizó el año último por sus inconvenientes aunque entre enero de 2016 y el mismo mes de 2017 no hubo caída de empleo sino incremento de casi noventa mil personas ocupadas registradas. Se puede indicar, con razón, que una parte muy importante de esa cuantía corresponde a monotributistas y eso puede ser escasamente valorable. Es posible, pero también fue ese el componente responsable de más de la mitad del incremento en el año 2013 y no era despreciado por ello.
Si se utiliza la serie “desestacionalizada”, es decir la que permite evitar los sesgos que alteran la tendencia estadística, se corrobora la debilidad del empleo asalariado privado. Hasta junio último, se destruyeron 52.000 puestos en esa categoría pero se crearon otros tantos en las demás (especialmente en monotributistas y asalariados públicos), de modo que el saldo es pequeño pero positivo.
Desde entonces hasta enero, todos los componentes crecen -salvo los autónomos-, de modo que los más de 60.000 puestos agregados en ese lapso se explican por tercios: asalariados (púbicos y privados), monotributistas comunes y monotributistas sociales. La cifra, modesta sin duda, alcanza a equiparar el ritmo de aumento poblacional o lo que es lo mismo, muestra un ritmo similar al de 2014.
Como en otros aspectos de la vida económica, social y política es bueno tener una misma vara para medir cosas semejantes, o lo que es similar, deberíamos evitar el uso de doble standard y criticar con severidad a quien lo ejercita.
Nada de esto significa minimizar las angustias de amplios sectores de la sociedad en el presente. Pero tampoco en aras de señalarlas cometamos el error de falsear los datos o torcer su interpretación. Ahora hace falta crear empleo en cantidad y calidad, demanda que no es demasiado diferente a la que nos convocaba la situación a lo largo del último quinquenio.

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