Las evidencias sobre el desempeño económico y la situación social al término de 2018 se completaron con la publicación por el INDEC de la Cuenta de Generación de Ingresos, hace pocos días.
La gravedad en materia de deterioro de la capacidad de compra de los ingresos personales en la última parte del año último se aprecia en el elemento principal que da origen a aquella desigualdad: la proporción del producto que remunera al trabajo.
Si bien el Producto disminuyó sensiblemente en 2018, al haber empeorado el empleo y los ingresos de los que lo poseen, la participación salarial -que en 2017 fue del 51.8% del Valor Agregado Bruto- perdió cuatro puntos ubicándose en torno del 47,5% en 2018.
Tal como lo muestran otros indicadores, el promedio de 2018 no revela la severidad de la disminución que se deriva del mismo indicador mirando sólo el cuarto trimestre. Allí, la comparación interanual da una pérdida de cinco puntos porcentuales de la participación del ingreso salarial. En ese período, el número de puestos de trabajo cayó 1% entre los asalariados registrados y un porcentaje cercano entre los no asalariados. Hubo una leve mejora entre los asalariados no registrados (el trabajo precario o mal llamado “en negro”, aumentó). Es decir, un comportamiento laboral típico de las situaciones recesivas ya que cae el empleo protegido (-100.000) y se acrecienta el número de puestos precarios (40.000).
La secuencia negativa a lo largo de 2018 también se vio en materia de los ingresos personales y familiares. El año se inició con muy buenos indicadores, empezó a tambalear en los trimestres intermedios y se derrumbó en el último. El promedio anual, por lo tanto, en comparación con 2017 no arroja valores tan inquietantes. Es más, en materia ocupacional entre ambos años hubo un alza de 140.000 puestos asalariados compuestos mayoritariamente por precarios y un tercio por protegidos.
Claro que el comienzo de 2019, cuyo primer trimestre ha concluido pero del que todavía no se tiene información equivalente, probablemente repita o agudice la pésima perfomance socioeconómica del cuarto trimestre del año último. No sólo no se han empezado a discutir y menos aún a poner en marcha las convenciones colectivas de este año sino que la escalada inflacionaria parece haber recobrado fuerza destructiva.
En otras palabras, tanto el año último como el actual parecen signados por la intensa caída de la actividad económica y con ella, la situación socioeconómica se afectó por el lado de los ingresos a partir del segundo trimestre y por el del empleo desde finales de 2018. Hay consenso entre los analistas acerca de la responsabilidad del Gobierno en todo esto. Sin embargo, para superar la situación presente hace falta no omitir la perspectiva de largo aliento, no sólo ver la foto actual.
Tomemos por ejemplo otra información reciente del Observatorio de la UCA. Respecto del empleo se señala que el desempleo disminuyó dos puntos entre 2010 y 2015 y aumentó medio punto en los tres años de Cambiemos. Esta evolución parece ir en línea con la mirada positiva con el gobierno anterior y negativa con el actual.
En los otros ítems mostrados por esa encuesta las cosas lucen de otro modo. El subempleo se incrementó fuertemente en el quinquenio anterior y mantuvo esa dinámica ahora, aunque a un ritmo menor.
El empleo precario descendió tres puntos entre 2010 y 2015 y otros cuatro puntos en el último trienio. Por último, el empleo protegido había disminuido un punto en aquel quinquenio y lo recuperó durante la gestión actual.
Estos datos muestran que el empleo no ha sido el aspecto que explica la delicada situación sociolaboral presente sino que esta radica de manera sustantiva en el nivel de ingreso. De hecho, el informe oficial sobre distribución funcional del ingreso da cuenta de que en 2018 hubo más empleo que el año previo, pero la participación del salario cayó. Tal contraste tiene relación con el tipo de empleo creado (de baja calidad) y con el deterioro sufrido por la capacidad de compra todo ello en el marco de una notable caída del nivel de actividad, es decir del tamaño de “la torta” a repartir.
Una vez más es necesario recordar que el crecimiento económico (verbalizado por todos los núcleos sociales y políticos) depende de manera esencial de algo en lo que Argentina viene fallando desde hace décadas: la tasa de inversión ha sido tendencialmente declinante desde los años ‘80 para aquí.
Luego de la crisis de principios de siglo, por ejemplo, cada uno de los períodos presidenciales mostró sucesivamente una tasa menor, incluso este gobierno que no supo generar las condiciones para que tal disminución se revirtiera.
De tal modo, sería bueno que las fuerzas políticas que competirán electoralmente expresen de qué manera se proponen enfrentar este desafío del cual dependen no pocas de las demandas que la sociedad expresa con su mal humor manifiesto. Y el sector empresario no debería escudarse en la coyuntura extremadamente complicada pues el reclamo por la insuficiencia de la inversión precede, en mucho, a esta circunstancia.
Menos aún, la justificación puede encontrarse en las investigaciones judiciales que tienen en la mira por vez primera a empresarios junto con políticos. Del laberinto, dicen, se sale por arriba.
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