Columna publicada en LA NACION, 28-1-2021
En las últimas semanas de un 2020 extremadamente complejo se difundieron diversos datos sobre la situación sociolaboral de Argentina. Si bien no hay información para el año completo se puede intentar un balance preliminar en la materia.
Impacto de la caída de la actividad en el empleo
Al conocido descenso del nivel de actividad lo acompañó un impacto ocupacional de magnitud inédita, tal como ha dado cuenta la OIT en documentos recientes respecto de la región.
Estos valores implican un cambio más que relevante en la composición de la fuerza laboral, en especial en su parte asalariada. En efecto, en la segunda mitad de 2019 la proporción de asalariados precarios fue, según el INDEC, del 35%. Pero en el segundo trimestre de 2020 esa relación cayó al 25%.
En cualquier caso, se trata de un valor que no se registraba en nuestras estadísticas en décadas. Desde 1995 (considerando cerca de 90 observaciones) sólo en cuatro momentos -no consecutivos- se dieron valores de precariedad inferiores al 33%. Es decir que la caída de la proporción de empleo desprotegido o precario ha sido más que notable.
¿Esto significa acaso que ha mejorado la calidad del empleo en el país, en este caso en el caótico marco de la pandemia y la suspensión de las actividades económicas? En modo alguno, sólo que la impresionante disminución de empleo se concentró en dos componentes: los asalariados desprotegidos o precarios y los no asalariados (patrones y cuentapropistas). Como la dotación de los asalariados protegidos cayó muy poco, el peso relativo de los precarios se derrumbó casi diez puntos porcentuales.
Si bien en el tercer trimestre de hubo una leve recuperación de la ocupación de ese componente, la precariedad alcanzó casi el 29%. Dicho de otro modo, lo que no fue posible lograr con el suficiente pasaje de empleo "en negro" hacia el registrado, se obtuvo, en apariencia, por la destrucción de empleo de baja calidad.
Los ingresos ilustran mejor
Si observamos los ingresos (también captados por la EPH) se aprecian algunas características singulares: a) los niveles -reales- del tercer trimestre de 2019 retrotraen a la situación de 2006-2007 tanto en los ingresos de la ocupación principal (IOP) como a los ingresos individuales (II); b) en cambio los ingresos per cápita familiares (que habían mejorado más que los individuales ya en 2006) fueron -en 2019- veinte puntos porcentuales superiores; c) salvo en los ingresos de la ocupación principal, los registros más altos de las series de los terceros trimestres se observan en 2017.
La simultánea caída del nivel de actividad con el mantenimiento del nivel de empleo protegido y el descenso de los asalariados precarios dan como resultado que en el tercer trimestre de 2020 la participación salarial muestre una recuperación de uno o dos puntos porcentuales respecto del bienio previo, aunque queda por debajo de los niveles respectivos de 2016 y 2017.
Como se aprecia en el último gráfico, el impacto negativo en el salario real registrado en 2020 continúa el deterioro iniciado a mediados de 2018.
En efecto, todo el lapso que va entre comienzos de 2012 y el primer cuatrimestre de 2018 evoluciona, si bien con oscilaciones en 2014 y 2016, en un entorno de 1900-2000 pesos de 2006. O bien, dicho de otra manera la pronunciada mejoría de los primeros años de este siglo que se extendió hasta 2011 da lugar luego a un período de amesetamiento en el que más allá de los avatares políticos mostraban una economía estancada que se termina de desplomar a mediados de 2018.
En ese contexto la pandemia con el consiguiente parate económico terminó de configurar un panorama extremadamente negativo para el sector del trabajo en su conjunto. Hay una fuerte disminución de la dotación de la fuerza de trabajo en el segundo trimestre que recuperó sólo una parte de esa pérdida en el tercer trimestre. Dicha pérdida estuvo soportada de manera mayoritaria por los asalariados precarios (desprotegidos) y por los no asalariados, en particular los patrones y trabajadores por cuenta propia impactados por la prohibición de sus actividades y/o por que su debilidad económica los obligó a quedar a la vera del camino.
Los anuncios de prórroga de las restricciones en materia de despidos seguramente darán tranquilidad a los trabajadores registrados aunque no evitarán que sigan cayendo las horas trabajadas y continúe la pérdida de capacidad adquisitiva de sus remuneraciones.
La indefinición en materia de reactivación económica así como de acción eficaz en materia de inflación, habida cuenta del pertinaz déficit fiscal, en un marco en el que la inversión continúa su disminución característica de las últimas décadas no augura buenos momentos para la economía argentina y mucho menos para sus habitantes que viven de su trabajo asalariado.
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