Contra los pronósticos más dramáticos, que no faltaron en los dos años que lleva la gestión macrista, siguen apareciendo evidencias de que la distribución del ingreso estaría recuperando, con parsimonia, un sendero de mejora. Con las limitaciones que tienen estos indicadores, siempre se los ha usado para aludir a condiciones de trabajo o de vida de personas y hogares en sociedades modernas.
A menos que decidamos abandonar su utilización, parece pertinente dedicar una mirada al desempeño socioeconómico a partir de dos informes del Indec referidos al tercer trimestre de 2017, es decir, en el período preelectoral. Si bien es el último dato disponible, no tiene por qué reflejar lo que ocurre en estos días.
El último informe oficial proviene del área de cuentas nacionales y describe datos positivos: hay un (modesto) incremento de la participación salarial en el producto respecto de un año atrás y un interesante aumento del volumen de puestos de trabajo. Habrá que seguir con detenimiento la evolución de los puestos, porque hay un sesgo fuerte de los no asalariados (la mitad de los casi 400.000 nuevos puestos) y, dentro de los asalariados, una sobrerrepresentación de los precarios. Los asalariados protegidos crecieron, en un año, al menos al ritmo del total de la población.
En diciembre se publicó el informe sobre distribución personal del ingreso, basado en la Encuesta Permanente de Hogares del tercer trimestre. Se observa una clara mejora respecto de igual trimestre de 2016 en los tres indicadores usuales, y también en relación con 2014. Tanto en los ingresos individuales (laborales o no) como en el ingreso per cápita familiar, el índice de 2017 es el más alto desde 2003, en términos reales.
La diferencia entre los ingresos de la ocupación principal y los ingresos individuales consiste en que estos últimos incluyen a aquellos y a todas las percepciones personales de cualquier origen. Los ingresos familiares per cápita reflejan la mayor (o menor) disponibilidad de fondos de los integrantes de la familia: si hay más ocupados en el hogar, al margen de que mejore o no la capacidad de compra individual, la situación será mejor. Si, además, suben los ingresos de otro tipo (jubilaciones u otras transferencias), también se mejorará.
No está claro si los cambios metodológicos introducidos sesgan los resultados, pero la evolución es coherente con la mejora del índice de Gini (cae unas décimas) y con la leve mejora de la distribución funcional del ingreso, en ambos casos respecto de 2016 y con datos homogéneos.
Descontada la inflación, y considerando como índice 100 los valores del tercer trimestre de 2004, el ingreso de la ocupación principal llegó a 144, el individual a 135, y el per cápita familiar a 153cuando se preparaba la contundente reelección de Cristina Kirchner. Esa evolución habla de una importante mejora de la capacidad de compra de salarios e ingresos no laborales individuales, y, más aún, de los mecanismos redistributivos recibidos por las familias. En 2017, esos valores se ubicaron en 142, 137 y 162. Aun con el sacudón de 2014 y la caída del PBI y los ingresos en 2016, en 2017 habríamos recobrado los valores de las vísperas del tercer mandato kirchnerista. En los ingresos familiares, con una mejora más que notable
El desempeño de los ingresos entre 2003 y 2015 tuvo tres etapas bien diferenciadas, casi coincidentes con los tres gobiernos de igual signo. En el primero, creció el producto y mejoró la distribución y la redistribución del mismo, con un fuerte aumento del empleo. En el segundo lapso, el empleo entró en un amesetamiento, aunque siguió, con menor ímpetu, la mejora de los ingresos. En el tercer período hubo un estancamiento del empleo asalariado privado y una aceleración del origen estatal, con un deterioro del ciclo económico, todo lo cual se expresa en una preocupante situación socioeconómica y sociolaboral (cayeron los tres indicadores).
En el bienio de la actual gestión se retoma, en nuevas y modestas condiciones, el sendero del aumento del empleo y los ingresos, según los informes aludidos. De perdurar esta dinámica, será extremadamente largo y penoso el camino para tener algún éxito significativo en cuanto a la meta oficial de eliminar la pobreza. Ese indicador empeoró entre 2011 y 2015 (al margen de la negativa a medirlo por ser "estigmatizante"), desmejoró en 2016 y se recuperó algo en 2017.
El comienzo de año no se presenta auspicioso. El alza del índice inflacionario a fines de 2017, el desfavorable cambio en el cálculo de los ajustes de las jubilaciones y asignaciones de marzo, más los aumentos en los servicios y el transporte parecen golpes importantes en sentido contrario a los buenos indicadores de actividad.
Preservar la distribución factorial del ingreso y los mecanismos de redistribución es una meta valiosa a la que deben apuntar el Estado, las empresas y las organizaciones sociales y de trabajadores. Parece un esfuerzo imposible de concretar, a menos que lleguen los consensos hasta ahora tan mencionados como esquivos.
Por: Javier Lindenboim
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