Columna en Clarin, 21-12-2018
Cómo doblegar la inflación, en serio
Estamos en época propicia para detenernos a sopesar al menos algunos aspectos relevantes para la vida de los ciudadanos. En tal sentido, no parecen haber dudas de que este tercer año del gobierno de Cambiemos ha sido el peor de su gestión en materia económica, incluyendo una profunda caída en el PBI, una aceleración de la inflación, una virulenta escalada del precio de las divisas y, probablemente, una nueva caída de la tasa de inversión.
Desde el punto de vista del empleo, los datos de 2018 son aún parciales y muestran un parate en la creación de puestos de trabajo, contrastando fuertemente con la dinámica de 2017 durante el cual se crearon varios cientos de miles de nuevos puestos (asalariados o no asalariados; protegidos o precarios) y se recuperó una parte no menor del deterioro salarial del primer año del gobierno de Macri. En 2018 se registrará una importante pérdida promedio de la capacidad adquisitiva de los ingresos fijos cuya recuperación en 2019, de ocurrir, habrá de ser muy modesta.
Si Cambiemos creyó al asumir que bastaba con producir el impostergable cierre del juicio celebrado con los acreedores en Nueva York para que la Argentina fuera vista por propios y extraños como un lugar más que propicio para realizar inversiones productivas cometió un gravísimo error. Con otra mirada, repitió la ilusión del kirchnerismo que no pensó en la sustentabilidad del mundo de la producción. Así, la baja tasa de inversión en Argentina continuó declinando de modo que la media de 18% de 2003-2007 fue declinando en los dos mandatos de CFK (17 y 16%) y más aún en el primer bienio de Macri (15%).Si el análisis se agotase en esto (aún agregando el evidente mayor nivel de endeudamiento de nuestra economía) cometeríamos el mismo error que caracterizó la política económica del gobierno actual y la del precedente: sólo pensar en las cuestiones más o menos acuciantes de la coyuntura sin incluir la perspectiva de los problemas estructurales.
Los cambios sustantivos que se supuso se habían producido luego de salir de las profundidades de la crisis sufrida entre 1998 y 2002, permitieron superar tan difícil trance pero no tuvieron la entidad necesaria como para tornarse en estructurales. Durante los doce años siguientes se agregaron intervenciones claramente positivas en materia redistributiva como la duplicación del número de beneficiarios previsionales a través de normas de excepción, o la aceptación de viejas demandas sociales como la protección a la niñez. Sin embargo no se logró (¿se intentó?) modificar la estructura productiva del país, su nivel de concentración económica, su grado de extranjerización, su sesgo escasamente diversificado, etc.
Este gobierno “de los CEO” (como se lo denominó) en sus primeros dos años estuvo lejos de mostrar el apocalipsis reiteradamente anunciado por sus críticos. No sólo no se suprimió sino que se mantuvo ampliada la protección a la niñez y a la vejez. Y en materia de empleo la caída inicial se tornó en 2017, en un mercado laboral con fuerte creación de puestos de trabajo. Además, la participación salarial se mantuvo algo por encima del 50% tanto en 2016 como en 2017 quedando sólo por debajo de 2015 en la comparación con toda la segunda década del siglo actual. Pero el tercer año de Cambiemos deja un saldo claramente negativo. El primer indicio fue la baja en la distribución primaria en el segundo trimestre del año Pareciera que la demanda por la estabilidad monetaria fuera un requerimiento “de la derecha”. Sin embargo, en Argentina tenemos demasiadas evidencias de que los peores momentos en materia de ingresos reales y distributivos se vinculan con las mayores escaladas inflacionarias. Por lo tanto, además de plantear el justo argumento de qué sectores sociales deben contribuir prioritariamente a resolver esta u otra crisis por la que atravesemos vale la pena estar convencido de que es un camino que, imperiosamente debemos transitar.
Casi no quedan países con tasas inflacionarias significativas mientras nuestra sociedad parece sucumbir frente a la ilusión monetaria.
La clave sigue siendo cuánto, cómo y con qué dinámica somos capaces de producir. Ello no suprime la responsabilidad empresarial (más bien la resalta) por no haber sido actor decidido en materia de inversión y, por tanto, de crecimiento. El conflicto distributivo expresa el típico debate entre capitalismo y democracia.
Debe ser armonizado con una inversión creciente que aún está ausente en Argentina y que es responsabilidad de los gobiernos y de los empresarios. No se puede admitir como justificativo de esta carencia la existencia de investigaciones judiciales en marcha que, por vez primera en Argentina, involucran a connotados empresarios, incluyendo también a algunos muy próximos al gobierno actual.
Si hubo un ministro que habló con el corazón y le respondieron con el bolsillo, también hubo una presidenta que aparentaba quejarse (porque los empresarios se la llevaban con pala) pero sin acción efectiva para que esas altas ganancias se tornaran en inversión productiva. Hoy hay un Presidente que proviene del sector empresario y parece generar más desconfianza que acción desde su propio sector de origen. La acción política en aras de una concertación social es, sin duda, imprescindible.
Ese acuerdo, o como se denomine, es imperioso para el logro de un prerrequisito: doblegar la inflación cuyo origen seguramente se ubica en ese conflicto irresuelto o resuelto de manera equívoca. El meollo sigue estando allí y en una reforma impositiva dirigida no a incrementar la presión fiscal media sino a hacerla más equitativa. No debemos olvidar que la evasión y la elusión se han instalado como práctica generalizada expresando lo que alguna vez se denominó como anomia boba. ¿Podremos dar una vuelta de tuerca?
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