Columna publicada en Clarin, 4-2-21
El agobio de la temperatura de este tórrido verano no nos impide apreciar el horizonte que presenta 2021 en materia laboral. La dimensión de la dramática situación social parece emerger solamente cuando se difunden los datos sobre la incidencia de la pobreza.
Sin embargo, 2020 no sólo empujó la pobreza por encima del 40% según la UCA, sino que expulsó del mercado de trabajo varios millones de ocupados de distintas ramas de actividad y que se desempeñaban tanto en relación (precaria) de dependencia como de manera autónoma (patrones o cuentapropistas).
De estos últimos, entre julio y setiembre recuperaron sus ocupaciones más de la mitad de los que la habían perdido en el peor momento (abril-mayo-junio). En efecto, en el segundo trimestre perdieron su trabajo 1,8 millones de no asalariados. En el tercero, aún quedaban 800 mil “mirando detrás del vidrio”.
Lo curioso, por darle un nombre, es que los 4 millones que perdieron sus puestos de trabajo en el segundo trimestre de 2020 estaban convencidos de que era inútil buscar un empleo sustituto, de allí que el número de desocupados registrados por la EPH casi no se movió desde comienzos de año. El paulatino proceso de reapertura de actividades fue dando sus frutos en el tercer trimestre, pero sin recuperar los puestos perdidos en ninguna de sus categorías y prácticamente en ninguna de las ramas de actividad.
El mayor volumen de pérdida acumulada durante los primeros nueve meses de 2020 son el Comercio y el Servicio doméstico, con poco más de 400 mil puestos en cada una de esas ramas. Luego siguen las Actividades inmobiliarias, de servicios a las empresas y de alquiler con 300 mil. Un escalón más bajo están el Agro y el Comercio (con pérdidas de 200 mil cada una) seguidas del Transporte (190 mil) y la industria (160 mil).
Este voluminoso impacto, más intenso desde el punto de vista ocupacional que el vivido en 2001, tuvo características e impactos que merecen ser observados Dada la enorme caída del nivel de actividad económica, el ingreso disponible para el conjunto de los perceptores se deterioró fuertemente. Eso lo mostraron las cifras de distribución personal del ingreso del INDEC.
a) La importante destrucción de puestos asalariados en condiciones de precariedad, redundó en una sensible disminución del porcentaje asalariados desprotegidos dentro del total de personas en relación de dependencia.
b) En medio de tanto drama, este indicador arroja una mejora aunque por las malas razones: no se trata del traspaso de asalariados precarios a una relación protegida sino simplemente la desaparición de empleos de baja calidad.
c) Si bien los asalariados protegidos “casi” no se vieron afectados (básicamente por la prohibición de los despidos) sufrieron sin embargo por dos vías: por la fuerte caída de las horas trabajadas (25%) y por la pérdida de capacidad de compra de sus remuneraciones habida cuenta de la menguada variación de las remuneraciones y la persistente inflación acelerada en el último tramo de 2020.
d) Las estadísticas también mostraron que en el segundo y tercer trimestre se elevaron los subsidios a la producción de modo que, en la distribución del ingreso entre trabajadores y empleadores, mejoraron ambos respecto de un año atrás, con una clara ventaja a favor de estos últimos.
e)La inversión, clave para la reactivación económica y laboral, continúa en picada siguiendo una tendencia descendente que ya lleva décadas.
Horizonte más que opaco. En estas condiciones, las claras desinteligencias al interior del oficialismo que terminaron por oscurecer el logro alcanzado con el arreglo con los acreedores externos (antes denominados “buitres”) dificultan avizorar un horizonte claro en materia económica y también en otros órdenes.
Desde la incertidumbre en materia de déficit fiscal y en cuanto al sendero a seguir con el FMI, pareciera que una vez más el cortísimo plazo dicta la acción (o la inacción): quizás las preocupaciones electorales son más importantes que la fijación de una estrategia y la determinación de los medios de alcanzar los objetivos planteados.
Parece de la prehistoria, pero hace sólo un año el Presidente explicó que entre sus prioridades estaba la puesta en marcha de un Consejo Económico y Social que no se iba a ocupar de las medidas de coyuntura sino precisamente de los lineamientos de una estrategia de largo aliento que Argentina necesita. La idea aún no fue desestimada oficialmente pero nunca dio siquiera sus primeros pasos.
Un país sin recursos y sin moneda no puede asentar su política económica en medidas redistributivas. Lo primordial es recomponer el aparato productivo y procurar un equilibro entre la demanda laboral y la mayor productividad sectorial y global que son necesarias.
Parece obvio, pero en medio de la pandemia y el deterioro histórico de la economía argentina la clave está en la política. Con un PBI similar al de 2010 y un PBI per cápita igual al de 2005 parece claro que se trata de no banalizar la naturaleza de los problemas que el país debe enfrentar y, por tanto, procurar consensos que, hasta aquí, parecen esquivos. Como siempre la responsabilidad es compartida pero la mayor parte de ella recae en quienes gobiernan.
Javier Lindenboim es economista. Director del CEPED/UBA
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