La Asociación de Estudios del Trabajo - ASET- evocó la década transcurrida desde los dramáticos episodios de diciembre de 2001 con una mesa redonda. La misma tuvo lugar el 15 de diciembre de 2011 en las instalaciones del IDES. En la ocasión presenté el texto y la información que se transcribe a continuación
Una década en la sociedad argentina: el empleo y otras cuestiones
Javier Lindenboim
John Reed fue un periodista y escritor norteamericano que hace un siglo tomó parte de la rebelión en México. Esa experiencia fue plasmada en México insurgente. Luego, en su rol de corresponsal de guerra vivió la efervescencia en Rusia y estuvo presente en los sucesos de octubre-noviembre de 1917 que llevaron a los bolcheviques al poder. Ese breve e intenso período caló tan hondo en el joven que escribió Diez días que conmovieron al mundo. Parodiando aquello hay quienes consideran que esta primera década transcurrida en Argentina tiene tanta profundidad y tanto impacto como aquélla decena de días del otoño boreal. Seguramente la respuesta es “ni tanto ni tan poco”
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Los estudios sobre la situación socioocupacional en la década final del siglo XX fueron abundantes y, en gran medida, coincidentes. En no pocas ocasiones podían ser convocados exponentes de miradas bien diferentes a reflexionar sobre la realidad y sobre las perspectivas. En el caso del CEPED, por ejemplo, el Centro realizó uno de sus seminarios a comienzos de 2001. Momento álgido si los hubo.
En esa circunstancia reunimos a Luis Beccaria (UNGS), Juan L. Bour (FIEL), José L. Coraggio (UNGS), Daniel Heymann (CEPAL Bs As), Ricardo Infante (OIT Chile), Daniel Kotzer (Ministerio de Trabajo), Rubén Lo Vuolo (CIEPP), Horacio Martínez (UIA), Alfredo Monza (FLACSO), Julio C. Neffa (CEIL-PIETTE), Héctor Recalde (Letrado de la CGT de H. Moyano), Emilia Roca (Ministerio de Trabajo) en el marco de un proyecto que coordinábamos Agustín Salvia y quien les habla. Los moderadores de las distintas mesas fueron Adriana Marshall, Víctor Beker, Maximiliano Montenegro, Carlos A. Degrossi y Fortunato Mallimaci. Todavía era una época en que era habitual proponer un debate entre personas que sostenían miradas tan dispares. De hecho los intercambios y debates inmediatos a cada panel dieron cuenta de ello. La gran mayoría de las ponencias y de los debates quedaron registrados en el Cuaderno 7 aparecido a comienzos de 2002, es decir en el medio de la tormenta.
De manera muy esquemática, se registraba allí la bajísima absorción media de fuerza laboral en el decenio, el concomitante deterioro de la calidad de los puestos de trabajo subsistentes, la insuficiencia o ausencia de cobertura de las contingencias asociadas con el trabajo, el estancamiento o deterioro de la capacidad de compra del salario medio. Todo ello en simultáneo con modificaciones en la legislación que aumentaban las desventuras sea cuando los trabajadores permanecían ocupados como cuando temporaria o definitivamente entraban en el desempleo o se retiraban de la actividad (ley de empleo, disminución de aportes patronales, reforma previsional, etc.). El conjunto de la política económica tendía a ampliar las diferencias dentro de la conformación productiva de modo que la heterogeneidad se terminaba expresando como mayor segmentación en el mercado laboral.
Las propuestas eran amplias en sus matices. Revisando el material encontré –por ejemplo- que el funcionario del Ministerio de Trabajo (que reemplazó en el panel –sucesivamente- a la Ministra y al Secretario de Empleo) entre sus propuestas incluía la universalización del salario familiar desprendiéndolo de la condición laboral de los padres de los niños, con lo que se asemejaba a la propuesta de Lo Vuolo y Carrió y a lo planteado por el FreNaPo. En todo caso la continuidad de la caída del producto (ya llevaba dos años y empeorando), el brete de la convertibilidad que sólo permitía avanzar con más endeudamiento, la inmodificada política aperturista del gobierno que reemplazó en 1999 al peronismo neoliberal llamado menemismo, todo en conjunto no hacía más que acelerar el momento del impacto final, lo que ocurriría menos de una año después del evento.
Lo llamativo fue la rapidez con que se llegó a lo más profundo de la crisis en los primeros meses de 2002 y, también, cómo ese mismo invierno se inició la secuencia de recuperación económica y ocupacional. Al comienzo con el acompañamiento del Plan Jefas y Jefes y en seguida con los mínimos aumentos no remunerativos de 50, 100, 150 pesos. De manera que cuando en mayo de 2003 asume el nuevo gobierno lo más duro ya había pasado. Recordemos que en los finales de 2002 con escasa buena intención se hablaba de la primavera o el veranito en alusión a un comportamiento previsiblemente transitorio. Tal transitoriedad –sin embargo- una década después todavía nos acompaña.
De allí en adelante lo tenemos más presente pues es lo que se nos recuerda con mayor asiduidad. Crecimiento impensado del producto y del empleo, caída concomitante de la desocupación, lenta pero continua recuperación del salario real, confluencia de los mayores niveles de empleo con algo de recuperación salarial que determinaron la reversión de una parte de la caída catastrófica que había sufrido la participación salarial en el producto, un predominio del empleo protegido dentro de los nuevos puestos de trabajo. Más tarde otras medidas dictadas al tiempo que se desafectaban los planes jefas y jefes (moratoria previsional, facilidades para salir del pilar privado y retornar al régimen de reparto, movilidad previsional). Ya en 2009 desaparecido el sistema privado de retiro, un decreto extendió significativamente el salario familiar por hijo, del cual se presume un gran efecto redistributivo aunque no se conocen evaluaciones apropiadas sino estimaciones.
Volviendo al estallido de la crisis. Indudablemente a diferencia de la apertura económica fomentada durante el 1 a 1, la devaluación de no menos del 200% (no trasladada a precios precisamente por las extremas condiciones socioeconómicas) dinamizó a buena parte de la pequeña y mediana producción que sin la competencia externa volvió a nutrir al mercado y a demandar mayor volumen de empleo. A ello se sumó una política explícita de transformar los aumentos no remunerativos en remunerativos y estimular el regreso de las discusiones en paritarias. También el bajísimo aumento de precios (luego del fuerte impacto del primer semestre de 2002) facilitó que se retomara el funcionamiento del Consejo del Salario.
Pero no sólo Argentina había tenido cambios importantes. Toda América Latina se sacudía gran parte de las ideas predominantes a fines del siglo XX. A su turno, esto era viabilizado por un cambio sorprendente a nivel mundial: nuevos y voluminosos demandantes con solvencia para efectuar sus compras, como China e India, impulsaron cambios que terminaron beneficiando a toda la región latinoamericana. La soja, el petróleo, el cobre, etc. pasaron a ser los factores que permitieron muchos de los cambios económicos y se articularon con cambios sociales y políticos.
En el caso propio, la imposición de retenciones sobre las ventas de petróleo y derivados, a comienzos de 2002 (rechazadas por los gobernadores patagónicos, en especial de Santa Cruz y de Neuquén) fueron seguidas de inmediato por otras sobre la producción agraria. Sucesivamente los aranceles fueron subiendo a grandes trancos hasta comienzos de 2008 cuando se desata el conflicto conocido. Todo esto apoyado en un tipo de cambio “competitivo” y en un nivel de términos de intercambio sin precedentes.
Luego de los flirteos iniciales con la CTA, en oposición a los grupos cegetistas que se encolumnaron tras Rodriguez Saa, como Hugo Moyano, los papeles cambiaron. El transversalismo fue reemplazado por el retorno al aparato histórico del peronismo. Y a medida que aparecieron dificultades se enarbolaron banderas no identificadas de antemano como metas centrales o imprescindibles y/o se asumieron demandas que no les eran propias al gobierno, como la Asignación Universal. De modo que el análisis se transformó en relato y el devenir de un país y de un gobierno se tornó en epopeya.
En cualquier caso queda como saldo del período un aumento muy grande de la fuerza de trabajo, una imprecisa y heterogénea mejoría en la capacidad de compra del salario, una importante modificación de los mínimos salariales y jubilatorios, una gran intriga acerca de la posibilidad del sistema (nuevamente sólo de reparto) de hacer frente a las actuales y a las futuras demandas de cobertura efectiva por parte de la sociedad (persistiendo un tercio de precariedad entre los asalariados y un moderado e irregular aporte de los no asalariados). También al final del decenio queda el fuerte descenso del superávit comercial, la virtual desaparición del superávit fiscal y un tipo de cambio escasamente competitivo. La tasa de inversión que se duplicó respecto de los valores casi inexistentes de 2002 no arribaron a los niveles necesarios para garantizar la continuidad de los altos ritmos de crecimiento de este decenio y no son significativamente superiores en promedio a los vigentes en la última década del siglo pasado. Desafortunadamente carecemos de la información confiable, completa, homogénea, comparable para analizar todo el período.
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En medio del pandemónium de 2002 el INDEC inicia las pruebas de la demorada nueva EPH (contìnua). Más allá de las razones, lo cierto es que el momento clave (2002-2003) tiene enormes dificultades para su análisis. Se repite así lo que ya había ocurrido con Cavallo-Menem en 1993. Al carecerse de una serie homogénea a través de esos años, no suele haber más remedio que empezar de cero, es decir hacer borrón y cuenta nueva.
Eso nos lleva a considerar la información de la Encuesta continua a partir de mediados de 2003. Para colmo, el cataclismo impuesto por el Gobierno en enero de 2007, como no podía ser de otra manera, trascendió en mucho al IPC, con lo grave que eso es de por sí. En el caso de la EPH, tuvimos abstinencia durante casi tres años y luego nos encontramos con una “nueva EPH nueva”. Nueva por ser contínua y nueva por ser diferente a la de los primeros años de la poscrisis.
Más allá de todas esas dificultades (que han llevado al Ministerio a trabajar casi exclusivamente con datos del sistema de seguridad social es decir perdiendo toda posibilidad de integrar la totalidad del mercado de trabajo, lo cual se repite incluso en algunos grupos de análisis) pueden hacerse algunas consideraciones respecto de donde estamos parados. Lo esencial puede resumirse luego de la explosión socioeconómica y política de 2001, en un primer lapso (2002-2006) de grandes y favorables cambios en materia socio-laboral. Un segundo interregno de, por lo menos, estancamiento: 2007-2010 y una incógnita a partir de 2011.
En el marco, insisto, del tembladeral informativo, distintos trabajos han venido mostrando que al mismo tiempo que los indicadores habituales muestran claras mejoras, las cuestiones estructurales están lejos de haberse removido:
La heterogeneidad no se ha modificado (Salvia y equipo) y la precariedad todavía es mayor que a comienzos de los noventa,
la concentración económica no sólo no se detuvo sino que se acrecentó (Claudio Lozano; Pablo Manzanelli en nueva revista electrónica),
la estructura impositiva luego de diez años de promesas electorales (en 1999 y en 2003) sigue siendo tan regresiva como entonces,
la pobreza y la indigencia descendieron mucho del pico de la crisis pero aún son altas en términos históricos (claro que no es así si miramos los datos del jardín del Edén),
el salario real se estancó en los últimos años, en el marco de los niveles históricamente bajos y con tendencia descendente (R. Maurizio/L Beccaria; Graña/Kennedy).
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Fuente: Elaboración del CEPED |
Todo esto se verificó dentro del proceso de crecimiento económico y ausencia de restricción externa, agregados al incomprensible mantenimiento de la emergencia económica, los poderes extraordinarios y el completo manejo parlamentario (sólo apenas afectado en el último bienio). En tal sentido, las probables consecuencias negativas provenientes del mundo globalizado en crisis (que seguramente serán esgrimidas como exclusivas causantes de nuestras penurias próximas) hacen pensar que aún las buenas nuevas de la primera década del siglo XXI pueden estar en riesgo. Ojalá que no sea así.