jueves, 14 de abril de 2011

Números que dibujan la realidad

Sobre el problema estadístico y los datos sectoriales de precariedad y empleo
Números que dibujan la realidad

Preocupación social cercana al hartazgo


  • Javier Lindenboim
La “imputación” a los organizadores y partícipes del paro de ayer sobre el carácter político de la medida pretende endilgar a quienes no comparten la mirada oficial un presunto sentido sedicioso.
Como en otros aspectos, si no se opina en consonancia, eso alcanza para calificar al interlocutor de la peor manera.
Durante siete años no les pareció necesario hacer exactamente eso con quienes cuestionábamos los desaguisados consumados contra las estadísticas públicas. Para los trabajadores del INDEC estaban las patotas y para los investigadores o los ciudadanos comunes bastaba la mera negación del problema. Para algunos juicios y multas también.

La expresión máxima de esa negación estuvo en boca de la primera mandataria en Estados Unidos quien respondió a una pregunta sobre la inflación en Argentina más o menos así: “Si hubiera 25% de inflación el país saltaría por los aires”. En ese momento la inflación mensual oficial era del 0,8% y un trimestre más tarde con la misma cara adusta los mismos funcionarios anunciaron valores cuatro veces superiores pero negándose a pronunciar la palabra maldita: inflación.
Por encima o por detrás de la complejidad de dirigentes y organizaciones que se adjudican la “verdadera” representación de los trabajadores y de sus intereses, la inflación ha horadado los bolsillos de los trabajadores durante el semestre que va desde aquella expresión presidencial y el paro de actividades vivido en horas recientes.
El deterioro del salario real es uno de los motivos más relevantes que tuvieron quienes pararon y quienes no lo hicieron no dejan de sentir sus efectos. Y todos, lo digan o no sus dirigentes, están pendientes de la inminente posibilidad de que se pierdan no pocos puestos de trabajo, tanto protegidos como “en negro”.
Ya hace al menos un bienio que el empleo asalariado no crece en el sector privado protegido y aún no hemos visto acrecentar la tasa de desempleo porque como en los noventa esa percepción de dureza en el mercado laboral impulsa a no pocos trabajadores a abandonar la búsqueda de empleo. En las condiciones penosas de nuestras estadísticas oficiales no debe descartarse, tampoco, que el dibujo de las cifras se hubiese concentrado ahora en los datos de la Encuesta Permanente de Hogares. Pero aun tomando estas cifras la estadística muestra que se ha perdido casi por completo la capacidad de la economía por generar empleo. Y si tenemos por delante al menos un año de crecimiento nulo o peor aún caída del nivel de actividad, entonces la demanda ocupacional no podrá menos que sentirse afectada de varias maneras.
Por un lado, podrá haber suspensiones y despidos con características no homogéneas sectorialmente. Por el otro es probable que como en otras situaciones críticas empeore fuertemente la calidad del empleo. En otras palabras, quizás perdamos empleos en blanco y se creen algunos desprotegidos con un saldo incierto en el total. El tercer flanco, en estas condiciones, es el impacto negativo sobre los ingresos reales de los trabajadores, tanto de los asalariados como los que lo hacen por cuenta propia.
Más allá de que se hayan expresado o no estos elementos por parte de los sectores que protestaron no hay dudas que están en la base de una preocupación socioeconómica profunda.
Cercana a un hartazgo que reconoce variados ingredientes.

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