Columna publicada el 4-11-2012 en el Diario Perfil
El
discurso, la legislación y los datos
Es
notable cómo se privilegian ciertas percepciones y se dejan de lado otras. A
veces las primeras no son más importantes -en ocasiones, ni siquiera son
verdaderas- mientras que las que se omiten o menosprecian pueden tener mayor
relevancia.
En
el verbo oficial se destacan logros y perspectivas notablemente atractivas, al
menos para una mirada inclinada hacia las zonas más sufridas de nuestra sociedad.
Sin embargo se le “perdona” que haya falta de fidelidad (cuando no, ausencia de
buena fe) en la construcción y reconstrucción de la realidad.
Algo
de esto aparece en el arrebato adolescente de insistir en que todo cambió a
mediados de 2003 pese a que quienes no hemos perdido la memoria recordamos, por
ejemplo, cómo en 2002 se hablaba despectivamente de la recuperación económica
de entonces asignándole un carácter transitorio
con el nombre de “veranito”.
También
se lo ve en la exageración del número de puestos de trabajo creados en estos
años, o pintar con trazos más oscuros los altos niveles de desempleo o pobreza
de los momentos más agudos de la crisis. Todo ello como si los logros
efectivos, no los imaginados, no fueran lo suficientemente importantes y
destacables como para merecer el mayor de los aplausos. Los ciudadanos nos
preguntamos ¿por qué exagerar en ciertas cosas? ¿Será para compensar lo que se falsea
hacia abajo, como el índice de precios?
Si
la estatización del sistema previsional es algo socialmente valioso ¿por qué a
partir de ese instante ha desaparecido gran parte de la información que hasta
2008 se producía y se ponía a disposición del público en materia de uso y
destino de los fondos, beneficios, etc.?
El
hombre o la mujer del común se pregunta con estupor para qué se convocó a las
Universidades para que evalúen la tarea del INDEC y cuando ya fue ostensible
que el resultado de esa tarea académica no iba a resultar del agrado de los
oídos oficiales, se pospuso la recepción del informe definitivo hasta lograr
que quede en el olvido (y en un cajón bien guardado).
No
hay discusión acerca de que la recuperación pos crisis tuvo en el sector
productivo a un actor dinámico y dinamizador. Así se logró recuperar una parte
importante del empleo industrial destruido en los años noventa. Para el devenir
socio económico y ocupacional argentino de las últimas décadas ese hecho es en
sí mismo extremadamente relevante. Aunque los niveles de empleo industrial en
2011 aún no hayan vuelto a los valores de comienzos de los noventa. Por eso,
resultó absurdo el dislate del Ministerio de Industria que el último verano
“creó” una cifra insólita según la cual en los dos períodos de gobierno
iniciados en 2003 se habrían creado 1,3 millones de puestos de trabajo en la
industria cuando ese número, aproximadamente, es el total verificable en la
actualidad para todo el sector. ¿Es sólo grandilocuencia?
Similar
conflicto se observa al instaurar restricciones al movimiento cambiario
argumentando que es necesario para preservar los intereses nacionales y, al
mismo tiempo, decir que el “cepo” no existe. La falta de explicación razonable
para tal tipo de comportamiento alimenta muchas presunciones, ninguna favorable
a las autoridades.
Pero
hay otro plano que resulta más expresivo e inquietante. En un marco en el que
no hay día en que desde todas las instancias imaginables se ensalzan los rasgos
progresistas y las intenciones de carácter popular de la gestión oficial es
absolutamente inexplicable la promoción y logro de la sanción de leyes como la
así llamada antiterrorista y recientemente la que introdujo cambios en materia
de riesgos del trabajo. Los empresarios han tenido enorme dificultad en
disimular su profunda satisfacción. Y, entonces, ¿estamos hablando de la
defensa de los trabajadores o de los empresarios?
Por
último, cuesta evaluar favorablemente la gestión oficial luego de setenta meses
de continua distorsión de las estadísticas públicas, incluyendo el maltrato a
los técnicos involucrados, la sanción a las empresas privadas que se dedicaban
a la captación de las variaciones de precios, la lesión a las Universidades a
las que se había convocado en solicitud de ayuda y la presión a los organismos
provinciales para que desactiven la elaboración de sus propios índices de
precios. Tanta energía merecería mejor destino.
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