El enemigo vive fronteras adentro
POR NORMA MORANDINI
Premiar el espionaje estatal no construye una democracia. Milani deberá dar varias explicaciones.
21/07/13
He recordado en estos días el testimonio delgeneral Agustín Lanusse en el Juicio a las Juntas Militares cuando al evocar antes los jueces su conversación con el último de los dictadores, preguntó: “¿Qué Ejército es éste, mi general, en el que los oficiales salen encapuchados delante de sus subordinados y sus mujeres toman el te en las vajillas de sus secuestrados?”. Cuatro décadas después me preguntó qué ejército será este que pone en su cúpula a un general entrenado a moverse en las sombras. Si el espionaje militar es una actividad para la guerra, ¿En nombre de qué hipótesis de conflicto se designa a un experto en inteligencia al frente del ejército?
, ¿Por qué se jerarquiza el espionaje en las Fuerzas Armadas de la democracia? , ¿Por qué se destina tanto dinero a una actividad desmoralizada como temida que no se rehabilitó en democracia? A no ser que estemos por entrar en guerra y no lo sepamos ya que sin acceso a la información pública también se ha rehabilitado el secretismo con el que en nuestro país el autoritarismo ocultó las decisiones políticas.
Tal como sucedió en todos los casos de violaciones a los derechos humanos, el general César Milani debe disipar todas las dudas en relación a su pasado ya que la democracia, a diferencia de los totalitarismos, no debe desconfiar y conceder la presunción de inocencia hasta que se pruebe lo contrario. Pero no puede haber dos pesas y dos medidas diferente vara para medir los delitos de lesa humanidad. Esas “manos manchadas con sangre” que con tanta liviandad se aplica contra los que no están con el Gobierno. Es probable que como joven subteniente no haya participado directamente en las torturas. Pero alcanza con haber vivido esa época para saber que por ser un espía al servicio del ejército subordinado a la Seguridad Interior, sospechó y delató a los “marxistas”, “los que tenían ideas foráneas”, “a los subversivos”, todos aditamentos que podían llevar directamente a la desaparición y muerte. En cambio, como jefe del Ejército de la democracia, sí debe explicar ante el Senado por qué se puso a disposición del “proyecto nacional” en flagrante violación a la Constitución y la ley de Defensa que determina claramente cual debe ser el rol de las Fuerzas Armadas en democracia. Los argentinos confiamos la custodia de las amas para que las Fuerzas Armadas nos defiendan de las agresiones externas. La ley prohíbe lo que ya se ha naturalizado entre nosotros, el fisgoneo, la extorsión, el espionaje, las amenazas y los testigos de nuestras conversaciones electrónicas. Premiar en democracia el espionaje estatal que históricamente sirvió para la delación, la persecución, la extorsión y la desaparición, perpetúa la concepción de régimen autoritario. El enemigo a destruir vive fronteras adentro. La guerra interna que estuvo en la base del desencuentro entre civiles y militares nos tornaba a todos sospechosos y envenenó la convivencia con la desconfianza. Si hasta ahora el Gobierno y sus defensores explicitaron claramente su concepción bélica de amigo y enemigo, incompatible con el diálogo y la pluralidad democrática, y el discurso público, el del atril o la cadena nacional,delata en las palabras la confrontación como concepción política. Y como la Presidente dijo frente al espionaje de los Estados Unidos (“nos corre un frío por la espalda”): saber que en la cúpula del ejercito tenemos a un general entrenado en espiar. Si hasta ahora vivíamos la paradoja de que los militares educados para obedecer fueron los que más disciplinadamente se subordinaron a la ley democrática, en cambio, la cultura política de los civiles, no erradicó el verticalismo y la obediencia que rige en los cuarteles. Un disciplina fundamental para ir a la guerra.
No para construir democracia.
El que el general Milani haya sido designado por un gobierno que se jacta por su política de derechos humanos no lo exime de las demandas de verdad u justicia. Pero, ¿cuál es la vara con la que se mide el compromiso con los derechos humanos? La denuncia de las violaciones a la dignidad de las personas presupone que vivimos a la humanidad como un todo indiviso: un hombre que sufre es la humanidad la que llora. Un valor absoluto que tal como la libertad no admite interpretaciones. A no ser que no creamos que somos iguales. Pero, ¿cómo se mesura el compromiso y respeto a esa filosofía humanitaria?
¿la simbología del cuadro que se retira, el que grita más alto la palabra “asesino”, el que más invoca a los muertos desaparecidos?
Cada uno de nosotros sabe distinguir quién declama o aclama el derecho del otro, la verdadera medida del compromiso humanitario. Cada uno de nosotros sabe en su intimidad cuál fue su grado de responsabilidad en los años del terror. Las verdades del corazón no necesitan comprobación. Sin embargo, desde que los derechos humanos dejaron de ser una causa humanitaria para convertirse en una bandera política perdieron su universalidad, algunos se erigieron gendarmes de los otros, el patrullaje ideológico corre suelto, inclusive dentro de las Fuerzas Armadas. La gran pila bautismal que borra los pecados del pasado es adherir al Gobierno.
Si al sentar en el banco de los acusados a los torturadores fuimos más lejos que nadie, la ley de Defensa Nacional, en 1988 puso a nuestro país al frente de los procesos democratizadores de Sudamérica ya que subordinó los uniformados al poder civil –no sólo al Presidente– y distinguió claramente la seguridad interna y externa, sin dudas sobre el papel de las Fuerzas Armadas en una democracia que no es otro que el acatamiento a la Constitución. Dentro de ese marco se debe analizar la designación del general Milani para ser el custodio y brazo armado del “proyecto nacional”.
Los que no nos encuadramos dentro de ese proyecto, debiéramos preguntar, qué van a hacer con nosotros ahora que en el prometido “vamos por todo” también van por las armas.
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