Viejos conocidos: poco empleo y magros ingresos
POR JAVIER LINDENBOIM ECONOMISTA. DIRECTOR DEL CEPED/UBA E INVESTIGADOR DEL CONICET
Reaparece el fantasma del desempleo. En los dos últimos años se perdieron empleos asalariados (excepto en el ámbito estatal) y crecieron mucho los trabajadores por cuenta propia.
28/02/14 - 16:00
Para que no nos tome de sorpresa la agudización de los problemas laborales en Argentina en esta segunda década del siglo XXI, debemos indagar sobre los datos de la realidad.
Para ello hay que considerar tres cuestiones esenciales. En primer lugar, la destrucción de las estadísticas públicas operada por las autoridades nacionales en el transcurso de los últimos siete años ha tenido un efecto demoledor no sólo en materia del Índice de Precios al Consumidor del Gran Buenos Aires y de sus derivados, los indicadores de pobreza e indigencia; han puesto en duda –además- los datos correspondientes al crecimiento económico y mantienen en penumbras otras informaciones oficiales como las relativas a las operaciones de la ANSES. Más aún, se ha extendido la incertidumbre a otros órdenes como los datos de diversos censos (agropecuario, industrial, poblacional) e incluso abarca a los relativos al mercado de trabajo.
Para ello hay que considerar tres cuestiones esenciales. En primer lugar, la destrucción de las estadísticas públicas operada por las autoridades nacionales en el transcurso de los últimos siete años ha tenido un efecto demoledor no sólo en materia del Índice de Precios al Consumidor del Gran Buenos Aires y de sus derivados, los indicadores de pobreza e indigencia; han puesto en duda –además- los datos correspondientes al crecimiento económico y mantienen en penumbras otras informaciones oficiales como las relativas a las operaciones de la ANSES. Más aún, se ha extendido la incertidumbre a otros órdenes como los datos de diversos censos (agropecuario, industrial, poblacional) e incluso abarca a los relativos al mercado de trabajo.
En segundo lugar, es necesario observar que el estancamiento económico actual y el previsible impacto negativo de las medidas oficiales de los últimos tiempos derivarán en serios inconvenientes en el ámbito laboral. Esas medidas, desde el cepo cambiario de 2011 hasta la devaluación del año 2013 sumadas al ajuste de enero de 2014, pasando por la inflación y el déficit fiscal alimentado -entre otras cosas- por el errado manejo energético y los subsidios otorgados sin control a empresas muchas veces “amigas” del Gobierno, ya están mostrando, y no es improbable que lo sigan haciendo, el indeseado efecto negativo sobre el nivel de actividad y, por lo tanto, sobre la demanda de empleo.
En tercer lugar, hay que recordar que la etapa de recuperación de parte de la pérdida del salario real originada en la década de los años noventa pero especialmente en la crisis 1998-2002 tuvo su expresión clara en los primeros años de salida de la crisis y fue perdiendo intensidad con la reaparición de la inflación hacia fines del gobierno de Néstor Kirchner. Esa presión inflacionaria no sólo fue negada como tal sino que se pretendió disimularla desde entonces falseando las estadísticas producidas en el INDEC.
Ya sabemos que entre el ascensor y la escalera, esta última (los salarios) es la que lleva la peor parte. Las divisiones más notorias en las organizaciones sindicales se han producido, llamativamente, más o menos al mismo tiempo que se agotó la etapa de recuperación del salario. No está demás hacer memoria: el último dato oficial sobre participación del salario en la renta nacional data de hace más de un lustro: corresponde al 43% del año 2008 a despecho de menciones ulteriores sin sustento.
Con el marco de estos tres elementos revisemos las cifras oficiales en materia de cuantía de la fuerza laboral. Los datos son contundentes: entre mediados de 2003 y mediados de 2013, en la treintena de ciudades en donde se releva la Encuesta Permanente de Hogares se pasó de 8.4 a 10.8 millones de personas ocupadas, algo más de 2,4 millones de nuevas personas ocupadas. O sea un cuarto de millón promedio por año. Esas magnitudes que son de una parte del país se pueden “expandir” a todo el universo nacional. Esa cuenta nos arroja un valor en torno de los cuatro millones, obviamente por debajo de los mágicos 5 millones de los que se habló hace unos años atrás y más lejos aún de los imaginados 6 millones, mencionados en los últimos meses.
El punto en cuestión no es, sin embargo, las cifras innecesariamente agrandadas hasta por ministros y alguna embajadora. Pero, con ser esto serio, no es lo más inquietante. Lo más delicado es que lo que parecía sólo un fantasma del pasado, la pérdida de puestos de trabajo, parece estar nuevamente en las cercanías. En efecto, de los cuatro millones de nuevos trabajadores, alrededor de 2,7 millones se crearon hasta 2007. Esto es, casi tres de cada cuatro nuevos empleos se crearon antes de la asunción de la Presidenta Cristina Kirchner. En cambio en el último bienio, apenas 80 mil por año. Como en los viejos tiempos, en los dos últimos años se perdieron empleos asalariados (excepto en el ámbito estatal) y crecieron mucho los trabajadores por cuenta propia.
No es casual que haya reaparecido en boca de algunos dirigentes sindicales el argumento de que aun con el golpe inflacionario operado desde noviembre pasado incrementado por la devaluación de enero, hay que cuidar el empleo; dichos dirigentes han salido a expresar que aun frente al retraso salarial lo más importante es “preservar las fuentes de trabajo”. En buen romance esto significa que se propone a los trabajadores que carguen con el ajuste (al que ya ni siquiera le cabe el eufemismo de sintonía fina) haciendo uso de un viejo conocido: el fantasma del desempleo. Más allá de la intención de tales dirigentes, se esgrime un problema real -las obvias dificultades de empleo- para aplacar la defensa de los ingresos salariales.
Se espera que la gestión oficial desande algunos caminos y recree otros. Hasta ahora, sin embargo, la experiencia parece indicar que los funcionarios se empecinaran en reproducir errores de esta década, lo que puede poner sin lugar a dudas en cuestión algunos de los logros alcanzados en el último decenio: por ejemplo, la creación de empleo. Ante todo habrá que revisar la acción en materia de política económica. Pero habrá que atender también otras cuestiones: el Consejo del Salario, por ejemplo, no ha discutido quién se apropia del aumento de la productividad, lo cual ahora es por cierto más difícil pero también más necesario.
La apertura de puestos de trabajo, de la que tanto se vanagloria la gestión actual, no repara en problemas de calidad del empleo. Tanto ellos como sus fieles seguidores adoptan aquella postura que privilegia la cantidad por sobre la calidad. Aún con una EPH retocada por la cosmética K, si uno estudia la dinámica interna del mercado de trabajo en los aglomerados urbanos del país, se encontraría con sorpresas como las que encontró Agustín Salvia en más de un trabajo.
ResponderEliminarY no me quiero imaginar qué habrá pasado en el mercado de trabajo de áreas rurales.