La forma en que se distribuye la riqueza que se crea anualmente en la sociedad sigue siendo un tema de controversia. En nuestro caso se adiciona el hecho de haber tenido una década de retirada del Estado en la provisión de estadísticas confiables en esa y en otras materias.
Con una mirada clásica la división entre salarios y ganancias marca la manera principal en que la sociedad estructura ese reparto. Frases como el “fifty-fifty” quedaron como prototipo de una igualdad distributiva más allá de que casi nunca existió y no está muy fundada la presunta equidad que implica. Pero, siempre hay un pero, hace tiempo no sabemos siquiera cuál es la efectiva distribución funcional del ingreso. El último valor oficial confiable indicaba, en 2008, que los salarios se llevaban el 43%.
Luego de ese modo inicial o primario de reparto existen mecanismos redistributivos que un Estado pone en juego para atemperar las desigualdades. Típicamente los impuestos (directos y progresivos) y diversos subsidios. El resultado final se observa mirando a las personas, preferentemente a las familias, para lo cual contamos con varios instrumentos, en general asociados con las Encuestas a los hogares.
Los datos de la EPH dicen que seis de cada diez habitantes urbanos tienen algún tipo de ingreso monetario. Los demás dependen de los primeros, principalmente porque son menores.
De los seis que tienen ingresos cuatro cuentan con ingresos laborales (como asalariados, cuentapropistas o patrones). Los demás perceptores cuentan con otro tipo de ingresos. En la treintena de ciudades viven unos 27 millones. O sea 11 millones tienen ingresos laborales, otros cinco perciben otros ingresos y los 11 millones restantes no tienen ingresos monetarios.
De los que tienen ingresos laborales conocemos el ingreso de la ocupación principal (IOP). Cuando tomamos a todos los perceptores, observamos el ingreso individual (II). Cuando consideramos a toda la población nucleada en hogares (y dividimos todos sus ingresos entre sus integrantes) tenemos el ingreso per cápita familiar (IPCF). Son todos datos relacionados pero cada uno mide algo específico. Según los últimos datos el IPCF promedio era de casi siete mil pesos, el IOP de diez mil y el II de once mil.
Los datos recientes (segundo y tercer trimestre de 2016) indican que en ese lapso los ingresos laborales casi no variaron en términos reales aunque mejoraron los individuales y per cápita. Si le creemos a la “nueva” EPH el tránsito del peor momento del año (abril-mayo-juno) al trimestre siguiente sería menos dramático de lo que la mayor parte de los análisis aseveran. Hay varias razones posibles al respecto. Una es que al comenzar la segunda mitad del año se fue atemperando el ritmo de aumento de los precios. Al mismo tiempo empezó a generalizarse la vigencia de los nuevos convenios colectivos de trabajo. También que en el tercer trimestre estuvo frenado el incremento de las tarifas de los principales servicios. Finalmente que se fue concretando la extensión del número de beneficiarios y la actualización de sus montos de diversos subsidios oficiales.
La comparación hacia atrás es más difícil porque la anterior EPH y la actualmente vigente difieren en varios aspectos y esa evaluación aún está en un estado muy incipiente. Si de todos modos tomamos los datos que muestran ambas series (para el segundo trimestre en cada año considerado) y utilizando deflactores alternativos (por ejemplo el IPC de la provincia de San Luis) el resultado de 2016 muestra un moderado descenso en términos reales para los ingresos laborales e individuales no así en el per cápita familiar.
Un punto de interés es el que deriva de las variaciones en los datos mismos de 2016. Estos indicarían empeoramientos en la equidad distributiva al incrementarse la brecha entre los perceptores ubicados en los extremos de la distribución. Sin dejar de señalar que en efecto los datos muestran un empeoramiento entre el segundo y el tercer trimestre del año último, vale la pena detenerse en una mirada retrospectiva del comportamiento en la misma época del año luego de la crisis de fin del siglo pasado y comienzos del actual.
En siete de los diez años últimos en los que hay datos de ambos trimestres los ingresos laborales más altos han aumentado su participación relativa es decir se incrementó la brecha. Lo mismo ocurre con los ingresos individuales, pero en este caso con más frecuencia ya que eso pasó en todos los años menos uno y es donde el primer quintil pierde sistemáticamente peso entre el segundo y el tercer trimestre de cada año (no hay datos para 2003, 2007 y 2015).
¿Esto cambia en algo la mirada crítica que tenemos sobre la realidad económico-social? En modo alguno. Pero nos obliga a ser más cautelosos al interpretar como tendenciales movimientos que quizás tengan un carácter principalmente estacional.
El gobierno le debe a la sociedad una mayor explicitación de su programa económico efectivo para el mediano y largo plazo. Y asegurar que las modificaciones importantes por encararse no van a terminar siendo costeadas por los trabajadores. La mayor productividad y competitividad de nuestra economía debe preservar el ingreso real de la población. Además el INDEC debe continuar reconstruyendo las estadísticas públicas y dando cuenta de las críticas y requerimientos que reciben de los especialistas
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si desea dejar un comentario hágalo aquí.