columnista invitado
Empleo y pobreza, con luces y sombras
Buenas noticias en datos sociales y económicos, pero preocupación por la inflación.
No hay dudas de que en las últimas semanas se han proporcionado, en simultáneo, buenas noticias en materia de datos sociales y económicos relevantes junto con preocupantes evidencias sobre una aceleración del ritmo de aumento de los precios. La cuestión pasa por no mirar con un solo ojo.
Dejemos de lado la reacción ingenua (o mal intencionada) que no ceja en buscar la pata coja: a) ante el aumento del empleo en 2017 se afirma –sin información fehaciente- que el incremento es debido al empeoramiento de la calidad de los puestos de trabajo; b) ante la baja de los índices de pobreza e indigencia en la segunda mitad de 2017 o bien se pone en duda la información proporcionada por el INDEC o bien se hace un salto temporal y se afirma “cómo va a bajar la pobreza con el alza del precio del dólar o los aumentos de las tarifas” (ambas cosas ocurridas, efectivamente, pero en 2018 y no en 2017).
Insisto. Dejamos de lado la tozudez que no soporta que haya alguna buena noticia y, por tanto, si el INDEC era bueno cuando decía que a mediados de 2016 había 32% de pobreza ahora no es creíble porque anuncia poco más del 25% para fines de 2017. Veamos entonces algunos números. Las comparaciones que siguen refieren a los 31 aglomerados en los que se levanta la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) entre el último trimestre de 2016 e igual lapso de 2017.
Lo primero que se observa es que creció el empleo y declinó algo el desempleo en valores absolutos. Más aún, el alza del empleo fue mucho más veloz que el aumento de la población (casi 4% contra poco más de 1%). Conclusión, en 2017 se creó empleo (433 mil) y eso ocurrió a un muy buen ritmo. Sin embargo el tipo de empleo deja que desear. Si bien dos de cada tres nuevos empleos fueron asalariados, de estos sólo uno de cada tres es protegido. Sobre esto valen dos aclaraciones o comentarios. En primer lugar, no es sólo una particularidad del año 2017 que el empleo precario aumenta con más velocidad que el empleo protegido. En otras ocasiones en las que también salíamos de una difícil coyuntura (por ejemplo en 2004) pasaba ese fenómeno. En los aglomerados EPH los asalariados protegidos aumentaron en 2004 en 200 mil y los precarios 240 mil. Además, en 2017 el componente asalariado participó en más del 50% del crecimiento del total de empleo registrado.
Esta composición del incremento interanual afecta levemente el stock de los tipos de empleo. La proporción de asalariados en el empleo total bajó medio por ciento y la tasa de precariedad se elevó en casi uno por ciento. Luces amarillas, sin duda.
Se deriva de esto que la composición del aumento del empleo es preocupante en la medida en que constituya una tendencia pero, si se modifica el perfil en años sucesivos, entonces esta evolución -que se asemeja a la de otros momentos previos- puede transformarse en un comportamiento más satisfactorio.
Por otro lado se han realizado comentarios desfavorables en el sentido de que el empleo que se ha creado habría estado compuesto por actividades de baja calidad ocupacional. El ejemplo utilizado es el del aumento del empleo en la construcción. Debe notarse que si bien es cierto que esa rama ha sido una dealto dinamismo en el empleo asalariado registrado y que en ella la proporción de no registro es elevada no puede obviarse el hecho de que la rama en su conjunto no alcanza a absorber siquiera el 10% el total de asalariados de manera que resulta insuficiente para explicar el comportamiento del conjunto del empleo.
Adicionalmente, a contramano de innumerables expresiones políticas y sindicales que no sólo en 2016 sino en todo 2017 continuaron aludiendo al incremento del desempleo el resultado indicado por la EPH habla de una disminución (aunque modesta) del número de desocupados. De tal manera habrá que pedir a quienes así se han manifestado que expliquen esta contradicción notoria.
Una breve referencia final sobre la pobreza. El dato reciente de disminución del índice de pobreza y del de la indigencia es una muy buena noticia. Se lo puede querer desdibujar de varias formas pero es un progreso de un importante número de hogares que superaron en 2017 las condiciones de carencia que mide ese indicador. Ahora bien. Hay múltiples explicaciones posibles para que el registro del segundo semestre de 2017 arroje estos resultados. Los ajustes tarifarios no se dieron en el segundo semestre, en ese período se completó la vigencia de los nuevos convenios colectivos de trabajo que, en promedio, lograron mejoras algo por arriba del aumento medio de los precios, hubo mayor número de empleos. En conjunto todo esto permitió que el contraste entre el segundo semestre de 2016 y el de 2017 arrojara este resultado favorable.
No obstante ello, la luz al menos amarilla está encendida en este comienzo de 2018 habida cuenta del reconocimiento oficial de su dificultad para dominar a la inflación y además por la puesta en marcha de otras medidas de gobierno (facilitar un más rápido aumento del precio del dólar; retomar los ajustes de tarifas tanto al transporte como a los servicios hogareños, morigerar el déficit fiscal mechando el aumento inicial a los jubilados) junto con la insistencia en contener los ajustes de salario en las convenciones colectivas por debajo de las previsiones inflacionarias.
De manera que aunque sean mirados con cautela, tanto los nuevos valores de empleo y desempleo como los de pobreza no pueden dejar de ser celebrados. Estar alertas ante probables caídas no nos impide apreciar los logros alcanzados en 2017.
La gran pregunta es si podremos superar el comportamiento zigzagueante de toda esta década en cuyo desarrollo los años pares (no electorales) sólo traían malas noticias. La respuesta está abierta.
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