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09:59 | 28/12/2013
Por Pablo Tonelli, economista.
Los salarios de los trabajadores y la inflación
La inflación no es socialmente neutra. Es un fenómeno que permite que las ganancias de productividad que se generan en la creación de la riqueza social sean apropiadas en buena parte por los empresarios y no por los trabajadores.
Los incrementos de los salarios nominales no necesariamente deben tener repercusión directa sobre los precios. No son necesariamente inflacionarios. En primer lugar puede operar el mecanismo de aceptación por parte de los capitalistas de reducción de su margen de ganancias, es decir reducir la tasa, el porcentaje de utilidades apostando a un mayor volumen de ventas que incremente su masa de ganancias. Ganar más con menor margen. En segundo lugar si se incrementa la productividad del trabajo los aumentos salariales no tienen porque ser inflacionarios. Mayores ganancias los compensan.
Nada de lo afirmado se asienta en la teoría económica convencional, la que escuchamos y leemos reiteradamente en los medios, conformando “el sentido común económico” que formatea nuestro pensamiento.
La teoría microeconómica tradicional (neoclásica) afirma que el “empresario máxima sus ganancias y paga un salario igual a la productividad marginal del trabajo, lo que equivale al incremento del producto que genera la incorporación de un trabajador más. Veamos por caso un ejemplo de divulgación periodística de la teoría de los precios neoliberal en Juan Cerruti, editor de economía del Cronista Comercial, el que afirmaba “un aumento salarial (en términos reales) desde el punto de vista de la empresa es un costo adicional. Para que ese mayor costo no se traslade al precio de venta al público de un producto (y retroalimente la inflación y los reclamos salariales) el empleado que recibe el incremento debería producir más. En qué proporción? En la misma del aumento recibido. Es decir “que la mejora de salarios (en términos reales, descontada la inflación) vayan de la mano de la mano de los incrementos en la productividad laboral.
Concretamente la productividad es una medida de la cantidad de trabajo necesaria para poder producir una unidad de un determinado producto. Es decir que constituye una cuantificación del rendimiento de la mano de obra en término de productos terminados.
La productividad es en extremo relevante, por un lado para los empresarios, para quienes la cuestión se toma ´por el lado de los costos, es decir no sólo cuánto debe pagar el capitalista en concepto de salarios sino en “cuanto rinde” la mano de obra en términos de los bienes producidos, como vimos en el ejemplo de Juan Cerruti. Siguiendo a Javier Lindenboim “el punto en cuestión, sin embargo, pasa por la respuesta a lo siguiente: Si la productividad del trabajo aumenta en un monto dado, ¿cuánto de ello deberá quedar en posesión del empleador y cuanto en manos del trabajador? La respuesta a esta simple pregunta expresa una de las contradicciones más claras del capitalismo.”. Simplificando brutalmente: Las ganancias de productividad, producir por ejemplo el doble en el mismo tiempo, pueden mejorar el ingreso, el salario real del trabajador, pero pueden transformarse en un mayor beneficio del capitalista sin un reparto equitativo de esa mejora de productividad.
Javier Lindenboim es muy claro al respecto: “Los empresarios incorporan innovaciones tecnológicas con el objeto de disminuir los costos laborales y para incrementar la rentabilidad”. “Si el incremento de la productividad no es acompañado por un aumento de la misma proporción de la masa salarial se produce una disminución de la participación asalariada en el ingreso”. “Si al crecimiento de la productividad no le sigue un aumento del volumen general de la producción se produce una disminución del volumen de la ocupación, ya que se requieren menos empleados para producir lo mismo que antes”.
Estas consideraciones no forman parte el corpus teórico neoliberal y hegemónico. La afirmación de Cerruti de que un empleado debería producir más para justificar su incremento salarial suena incontrastable y lógica. El problema es que el mundo del capitalismo real las mejoras de productividad (producir más en el mismo tiempo) generan beneficios que modifican la ecuación de distribución del ingreso entre capital y trabajo. Si el empresario se apropia de la mayor parte del ingreso generado en producir más en el mismo tiempo la distribución empeora aunque el salario mejore. Si ese mismo empresario que ha logrado una mejora de la capacidad productiva de sus trabajadores no incrementa su volumen de bienes producidos genera una caída del empleo como dice Lindemboim, ya que las horas más productivas de un trabajador pueden reemplazar el trabajo de otro. O sea, ni tan simple ni tan lindo como afirman los neoliberales, que no son ignorantes, todo lo contrario, podríamos definirlos como los letrados de parte del capital. Los abogados de la parte que litiga contra el trabajo.
Entonces la inflación. En lo real expresa una forma en que el conflicto entre capital y trabajo permite que los empresarios se apropien de las ganancias de productividad propias de la producción capitalista apropiándose de una parte considerable de ese excedente generado bajo la forma de otorgar aumentos de salarios nominales por debajo de los precios de venta y de la mayor cantidad producida. Desde este punto de vista sí se puede afirmar que la inflación se enmarca en el conflicto distributivo, en la disputa social por el ingreso como diagnóstico.
Ahora bien, este aspecto de la economía real, no puede dejar de analizarse sin sus connotaciones monetarias. Al respecto, reproduzco las propuestas realizada por el núcleo de economistas reunidos en torno a la Fundación de la Universidad Arturo Jauretche, de las que he formado parte, en torno al tema de la inflación: “Proponer: 1) La gestación de un Acuerdo Económico Social entre empresarios, sindicatos y el Estado con compromisos recíprocos en materia de precios, pautas paritarias y metas fiscales y monetarias consistentes con la meta de recuperación del tipo de cambio real. 2) La definición de una meta de recuperación del superávit fiscal primario en el transcurso del próximo ejercicio.3) La fijación de una meta de aumento de la base monetaria por debajo del ritmo de modificación del tipo de cambio.
Esta propuesta asume que el mecanismo de financiar con emisión monetaria el déficit fiscal es inflacionario. Este aspecto es una diferencia importante de diagnóstico con el pensamiento heterodoxo local y con las posiciones históricas del Gobierno. La emisión de pesos sin contrapartida en la demanda de dinero originada en el ciclo real de los negocios sólo puede generar la pérdida de valor de los signos monetarios emitidos. La corrección de este aspecto implica un ancla fiscal y monetaria basada en el superávit y el ritmo de expansión de la base monetaria. El problema de los usuarios de Edenor y Edesur complica los ajustes tarifarios necesarios para revertir el déficit fiscal o al menos claramente los difiere en su horizonte temporal, pero el problema deberá atacarse porque el déficit energético y los subsidios ligados a éste explican lo central del déficit fiscal financiado con emisión monetaria.
El Acuerdo de Precios que ha anunciado el Gobierno como un mecanismo flexible sin congelamiento tiene como positivo la incorporación de la cadena de valor de los alimentos en la negociación, es decir productores, industriales y comercio. No es un acuerdo con los supermercadistas. El problema es que los precios de la canasta básica alimentaria se han disparado en el último mes en particular, lo que naturalmente favorece a que puedan aquietarse pero incentivan la demanda salarial compensatoria.
Simultáneamente el Gobierno busca una rápida recuperación del tipo de cambio, objetivo complejo si se quiere administrar los precios de los alimentos. El problema es que si no se logra vía reducción de subsidios una disminución del déficit fiscal y de este componente de la inflación la tentación de que el ancla nominal sea el salario es muy alta y la conflictividad creciente.
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