Helmut, Tato y la arqueología estadística
¿Existió realmente la Argentina?, se pregunta Helmut Strasse (Tato Bores) en el año 2492, blandiendo un cartón de leche Vicco y un retrato de Gostanian. De caquis y bermudas, el argentinólogo infiere que una esfera de yeso blanco es "la parte superior de la estatua en homenaje a la cabeza que perpetró el plan de convertibilidad", o que los $ 60 de la multa a Servini de Cubría por irregularidades en el Narcogate debieron ser "una suma muy importante".
Vamos de nuevo. La demorada revisión de las cuentas nacionales para 2004-2013, publicada por el Indec hace unas semanas, trajo dos novedades: por un lado, una posible reescritura de la historia estadística de la última década; por el otro, una resignada perplejidad ante la proliferación de datos inconsistentes. Veamos.
Los nuevos datos de crecimiento reducen la distancia entre la estelar performance oficial y la más
modesta de las mediciones privadas, pero lo hace sólo parcialmente: entre 2007 y 2013 crecimos un 9% menos (pero todavía 7% por arriba de lo que estiman los privados). Aun con este ajuste a medias, la performance argentina posterior a la recuperación poscrisis (2007-2013) ya no supera el promedio de las mayores economías de la región.
modesta de las mediciones privadas, pero lo hace sólo parcialmente: entre 2007 y 2013 crecimos un 9% menos (pero todavía 7% por arriba de lo que estiman los privados). Aun con este ajuste a medias, la performance argentina posterior a la recuperación poscrisis (2007-2013) ya no supera el promedio de las mayores economías de la región.
A pesar del menor crecimiento, el tamaño de la economía resulta ser mayor con la nueva serie, cortesía de un llamativo salto del 20% en el PBI de 2004 en relación con el valor vigente hasta hace poco. Como efecto colateral de este salto, sube también el producto en dólares (recuperando el segundo puesto en América del Sur detrás de Brasil). Esto tiene, a su vez, consecuencias sobre el servicio de deuda: según los nuevos datos del Indec, se pagó de más en 2009 (no debió pagarse el cupón del PBI correspondiente al año 2008) pero esto más que se compensó con lo que pagamos de menos todos los otros años (ya que el monto a pagar sube con el PBI).
Una de las razones de la demora en revisar estas cifras fue seguramente sus implicaciones para el deflactor del PBI, un índice de precios que surge de dividir el PBI en pesos corrientes por el PBI en precios constantes, y que es directamente comparable con la inflación. Reconocida la manipulación de ésta, el costo de desnudar un crecimiento de dos dígitos del deflactor pasó a ser secundario. No obstante, nuevamente, la revisión se queda corta: eleva esta "inflación del PBI" en apenas 59% en relación con la serie anterior, y la deja en casi la mitad de las estimaciones privadas y públicas (no intervenidas) de inflación.
El cambio de base también actualiza retrospectivamente la estructura productiva de la economía, al incorporar el cambio de precios relativos (en particular, el tipo de cambio más depreciado y el boom del precio de bienes primarios): previsiblemente, subieron el agro (del 6 al 9% del PBI) y la minería (del 2 al 6%).
Pero quizás el cambio más dramático en la composición de las cuentas nacionales corresponda a las tasas de ahorro y de inversión: los nuevos datos revelan una sobreestimación de ambas en alrededor de 2% del PIB (la tasa de ahorro, según estas cifras, sería la menor en 40 años).
Hay por lo menos dos maneras de interpretar estos nuevos datos publicados por el Indec. La primera sugiere una reescritura de la historia económica reciente: menor crecimiento (aunque mayor que lo estimado extraoficialmente), menor inversión y ahorro, mayor inflación. Esta versión, merced al aumento del denominador (el PBI nominal), vendría con menos endeudamiento, déficit fiscal, presión tributaria y gasto público (incluido un menor gasto en educación, que quedaría por debajo del emblemático 6% comprometido por la ley de financiamiento educativo).
Un segundo enfoque resaltaría las dificultades para empalmar series viejas y nuevas alrededor del nuevo año base, el inexplicable salto del 20% en 2004 o la insuficiente actualización del deflactor del PBI. O apuntaría que, según estos números, las exportaciones caen 5%, mientras que el índice de comercio exterior las ve subiendo 5%. Y ligaría estas inconsistencias con el sesgo sistemático a la baja de la reciclada inflación oficial (que probablemente termine el año 8% por debajo de la variación general de precios) o con la tímida revisión del dibujo de las exportaciones (que siguen siendo curiosamente más altas al salir de la Argentina que al llegar a destino) para concluir que, así como un dato no es más o menos correcto sino correcto o incorrecto, una revisión a medias no es la mitad de la solución, y que en todo caso la glásnost estadística insinuada en los últimos meses carece de la rigurosidad y la transparencia necesarias para justificar un esfuerzo revisionista.
Según este enfoque, ajustar el relato a estas cifras caprichosas es un ejercicio estéril. Sólo un nuevo gobierno con la ambición y la convicción necesarias podrá, cual Helmut Strasse blandiendo una Supercard y una remera de Precio Cuidados, encarar la tarea arqueológica de reconstruir nuestras estadísticas en ruinas.
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