En los días previos al paro nacional que se realizó ayer, 31
de marzo, el Gobierno acusó repetidas veces a los trabajadores de parar en
defensa de un interés “egoísta”. La presidenta Cristina Kirchner lo sintetizó
cuando se dirigió al país por cadena nacional: “Los que tienen un trabajo bien
remunerado tienen que ceder un poco de su sueldo para otros compañeros. Si no
lo hacen, razonan como oligarcas”.
Así, con este discurso, apunta a dividir a la clase
trabajadora entre “egoístas y solidarios” (o entre “privilegiados y
trabajadores comunes”) e induce a una forma de conciliacionismo de clase. Según
esta óptica, el alto funcionario estatal o directivo de empresa que gana
$100.000 por mes, y paga ganancias sin chistar, es “solidario”, mientras que el
obrero que gana cinco veces menos y protesta por el impuesto, es “egoísta” y
con “mentalidad de oligarca”. Una división que se fomenta con el discurso, pero
tiene su correlato en la política diaria: es sabido que el gobierno K buscó
siempre dividir a los movimientos sociales, a los sindicatos, los centros de
estudiantes, los organismos de defensa de los derechos humanos y otras
entidades populares, utilizando el poder del Estado. Por ejemplo, discriminando
en el otorgamiento de los planes sociales a las organizaciones sociales que se
mantienen críticas del kirchnerismo.
En consecuencia, el discurso K está conectado a una lógica
que, después de todo, es típica de las formas en que domina la clase dominante:
sembrar divisiones y recelos al seno de la clase explotada, para debilitarla. A
su vez, el discurso también encaja en la idea de que la lucha no es contra el
capital, sino contra “los grupos económicos” (que no son los Lázaro Baez, los
Cristóbal López, los Chevron, los Monsanto, las Barrick Gold, los Vila-Manzano,
los Toyota, los Grobo...); contra el capital financiero (excluir a Old Fund);
contra los paraísos fiscales (¿a qué viajó Cristina K a las islas Seycheles, si
no fue a combatirlos?); y contra los “buitres” (Aclaración imprescindible: no
es “buitre” aquel “enterado” que compró bonos de la deuda pública totalmente devaluados,
entró en el canje y multiplicó ganancias que no pagan impuestos a las
ganancias). ¿Y qué hay de los funcionarios que se enriquecieron comprando
tierras fiscales a precios viles y vendiéndolas por un precio 10 veces
superior? ¿O de los que ganan millones adjudicando obra pública? ¿Están en el
bando de los “egoístas”? Negativo: ellos juntan millones para luchar contra los
“grupos económicos”, el capital financiero, los paraísos fiscales y los
buitres. Lo cual no impide denigrar por “buitre” al jubilado que hace juicio al
Estado porque este le paga mucho menos de lo que corresponde.
En definitiva, todo cierra. No hay clases sociales, ni
explotadores ni explotados; simplemente buitres y egoístas (agreguemos,
antinacionales); y solidarios y productivos (por supuesto, pro-nacionales).
Un enfoque desde el marxismo (y la Economía Política
Clásica)
El enfoque marxista desnuda este K-discurso
“progresista-izquierdista” como lo que es: parloteo que oculta las líneas
fundamentales de división de clases, y fracciones de clase. En otras entradas
en este blog ya he criticado este discurso reaccionario de la presidenta (véase aquí)
y he explicado por qué es necesario distinguir conceptualmente el salario de la
ganancia (aquí).
Pero no se trata solo del enfoque marxista, sino también de
la Economía Política Clásica. Es que como señaló Marx (Teorías de la
plusvalía, cap. 2 t. 1) en referencia a los logros de los fisiócratas, “la
base de la economía política moderna, que se ocupa del análisis de la
producción capitalista, es la concepción de la fuerza de trabajo como algo fijo,
como una magnitud dada…”. ¿Cuál es la importancia de establecer el salario como
una magnitud “dada”? Pues que a partir de aquí surge la noción del
excedente, que es la base de la Economía Política Clásica (Garegnani
ha enfatizado este punto). Los fisiócratas lo hicieron con una teoría del valor
“material”, razonando en términos de grano. Si para la reproducción de los
trabajadores se insumen 400 unidades de grano; si otras 400 unidades son
semillas; y si la producción es 1000 unidades de grano, habrá un excedente (que
en su opinión era renta de la tierra) de 200 unidades. Esos trabajadores que
cultivan grano son entonces productivos porque generan un plus por
encima de lo consumido en la producción. De esta manera, los fisiócratas
establecieron una relación entre el proceso de producción y reproducción del
capital, y el proceso de circulación. Obsérvese que por esa vía, el estudio de
la economía no se centra en la supuesta "escasez" de bienes, que
deben "asignarse" según criterios de optimización de individuos
"egoístas". Así, a partir de este enfoque clásico, el capital y la
tierra recibirán retribuciones no porque sean "escasos", sino porque
participan del excedente.
Pero fueron Adam Smith y particularmente David Ricardo, los
que generalizaron este enfoque al plantear que el valor es creado por
el trabajo empleado en la producción. Así, en el esquema de Ricardo, si el
producto nacional demanda 1000 horas de trabajo, y si lo consumido en salarios
equivale a 800 horas de trabajo (Ricardo asimila ahora los salarios al
capital), el excedente son 200 horas de trabajo. Este excedente a su vez se
puede dividir en ganancia del capital (que no consideraban los fisiócratas),
renta de la tierra, interés del capital dinero e impuestos percibidos por el
Estado, sin que cambie la naturaleza del asunto. Siempre se trata
de una “deducción” del valor generado por el trabajo humano. Ricardo no da
cuenta de cómo se produce esa “deducción”, y se enreda con la idea de que al
trabajador se le paga por “su trabajo” (lo cual remitía a la pregunta de cuál
era el valor del trabajo). Pero aun con sus contradicciones, su avance fue
gigantesco. En palabras de Marx:
“La base, el punto de partida para la fisiología del sistema
burgués –para la comprensión de su coherencia orgánica interna y de sus
procesos vitales- es la determinación del valor por el tiempo de trabajo.
Ricardo parte de ahí y obliga a la ciencia a salir de sus carriles, a explicar
la medida en que las otras categorías –las relaciones de producción y comercio-
desarrolladas y descritas por ella corresponden a dicha base, a ese punto de
partida o lo contradicen… Este es, pues, la gran importancia histórica de
Ricardo para la ciencia” (Teorías de la plusvalía, cap. 10 t. 2).
Por eso Marx partió de Ricardo para explicar el excedente
que, en la sociedad capitalista, adopta la forma social de la plusvalía. La
explicación es relativamente sencilla: el salario es la forma en que se
manifiesta el valor de la fuerza de trabajo. Al trabajador no se le paga el
valor de su trabajo, ya que el trabajo no tiene valor (crea valor, pero no
tiene valor), sino el valor de su fuerza de trabajo. Así, el capitalista
contrata la fuerza de trabajo, y cuando la utiliza (proporcionando herramientas
y materia prima) esta genera más valor del que cuesta su mantenimiento y
reproducción. De esta forma se define una relación de explotación:
la plusvalía es trabajo no pagado que el obrero debe entregar al capitalista (y
que luego se distribuye entre las fracciones de la clase dominante). El asunto
no tiene que ver con “egoístas” o “solidarios”. Es que las unidades de
análisis no son individuales, sino al nivel de las clases sociales
fundamentales; no se trata de causas psicológicas, sino socialmente
condicionadas.
A partir de esta concepción, el marxismo discute el salario.
Es importante tener en cuenta que cuando Marx reivindicaba que los fisiócratas
tomaban al salario como “dado”, no quería significar con ello que estuviera
fijado eternamente a algún nivel, sino que para el período bajo análisis el
salario debía tomarse como lo necesario para contratar fuerza de trabajo y
producir. Por eso, la plusvalía aparece como “resto”, como prolongación de la
jornada de laboral por encima de las horas de trabajo insumidas en reproducir
el valor del salario. Pero tanto Marx, como Adam Smith y Ricardo, eran
conscientes de que el salario no es fijo. Smith y Ricardo explican que en la
determinación del nivel del salario se incluyen factores histórico sociales;
por ejemplo, Smith dice que el salario de un obrero debe permitirle llevar una
camisa los domingos que no lo avergüence delante de sus vecinos. Esto es, el
salario no se determina por un factor “técnico”, como piensan los neoclásicos;
ni puede abstraerse de lo político y social (una de las razones por las cuales
la Economía era “Política”). De ahí que el nivel del salario también esté
decisivamente influenciado por el poder de negociación de los asalariados
frente al capital.
De manera que la discusión sobre el salario es de tipo
político y social; e incluye un componente moral, como señaló Marx. Por eso el
valor de la fuerza de trabajo incluye bienes sin los cuales hoy la vida
social se hace muy difícil, cuando no imposible. Por ejemplo, deben
contabilizarse mercancías que son imprescindibles para socializar (por caso, un
teléfono, una televisión) o para dar seguridad a la familia obrera (por
ejemplo, una vivienda con necesidades básicas cubiertas; o una reserva para
afrontar una enfermedad). Contando, además, que si los salarios aumentan
durante un tiempo más o menos prolongado, el nivel llamado de subsistencia
también sube, porque se internalizan nuevos hábitos de consumo.
La discusión sobre el impuesto “a las ganancias” (al
salario)
Es a partir de este enfoque que puede abordarse
científicamente el impuesto al salario que está en discusión en Argentina. En
primer lugar, hay que distinguir el salario que recibe el trabajador
asalariado, de la plusvalía que recibe el gerente de una
empresa, o el ministro de un gobierno, bajo la forma de salario. El primero
está incluido en el ingreso que recibe la clase trabajadora por su fuerza de
trabajo, el segundo en la plusvalía global que recibe la clase que explota al
trabajo. Por eso, la lucha de la clase obrera es por aumentar la remuneración
de la fuerza de trabajo, o impedir que baje cuando los capitalistas y el Estado
quieren descargar los efectos de la crisis, o de las dificultades de la
acumulación, en los bolsillos del obrero. Que es lo que está sucediendo en los
últimos años en Argentina: al no actualizar el mínimo no imponible y las
alícuotas según la inflación, y al lograr apenas los trabajadores aumentos
salariales que igualan a la tasa de inflación (de hecho, en los últimos años
fueron menores en muchos casos), el gobierno está bajando los salarios
de un porcentaje considerable de trabajadores. A lo que se suma el
deterioro que la inflación está provocando en los ingresos del conjunto del
trabajo.
Entonces, en la medida en que el gobierno tenga éxito en
bajar salarios de los trabajadores sindicalizados, o que están en blanco,
estará en mejor posición para bajar los ingresos del conjunto de los
trabajadores, incluidos los que reciben jubilaciones. Esto se debe a que es una
manera de bajar las referencias básicas del valor de la fuerza de
trabajo, de establecer parámetros inferiores a los actuales de lo que debe
ser la canasta necesaria para la reproducción de la fuerza de trabajo. Por eso,
en este punto el lenguaje no es inocente. Cuando desde el gobierno se dice que
un trabajador que gana $20.000 mensuales (unos 2000 dólares, para referencia
del lector de otro país) es “rico” y piensa “como un oligarca”, está
significando que esa suma no corresponde a lo que debiera ser el valor de la
fuerza de trabajo. Es el discurso de toda la vida de la clase explotadora:
“ganan demasiado”; “aprendan de los que ganan 5000 por mes”. A su vez, el
mensaje a los que ganan 5000 por mes es que la causa de su situación no es el
sistema capitalista, sino el egoísmo de sus “compañeros”. Y el mensaje a nivel
general es que los trabajadores no deben soñar siquiera con obligar a una
redistribución del ingreso más radicalmente progresista (después de todo,
Argentina no se distingue, a nivel mundial, en el tema). Para terminar, reproduzco
lo que escribí en una de las notas anteriormente referidas:
"¿A quién se le ocurre plantear que un sector de los
trabajadores debe renunciar a una parte de su salario para elevar el de otro
sector de la clase trabajadora? La lucha del trabajo debe centrarse en
arrancar una mayor parte del valor producido, que hoy el capital se apropia
bajo la forma de plusvalía. Por otra parte, sostener que debido a la crisis
los trabajadores deben resignar posiciones, es llamarlos a someterse a los
dictados del capital. La "receta" típica del capital y del Estado,
frente a las crisis, es desvalorizar la fuerza de trabajo para sostener la
valorización del capital. Por eso, la clase obrera históricamente opuso
resistencia y defendió sus posiciones. La pelea por aumento de salarios... haya
o no haya crisis, es una pelea por la redistribución del valor agregado".
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