sábado, 2 de noviembre de 2013



Carta a Alfredo Casero
 Es una pena que tanta pena te dé lo que dicen de vos. ¿No te das cuenta del mecanismo puesto en funcionamiento hace años para perseguir a opositores a la cúpula gobernante? No te meten en cana, no te prohiben la palabra, es mucho más sutil, pero a la vez demasiado obvio. Es la misma estrategia que se empleó durante siglos para convertir a la fuerza a los paganos, para quemar herejes, para eliminar pueblos enteros. Es la estrategia de la Iglesia y de sus monarcas que con la cruz y la espada diezmaban a los hombres en nombre del Hijo Sacrificado.
Sembrar la idea de pecado en nuestra sociedad, y en todos aquellos que se atreven a levantar la voz porque se mancha el espacio sacro. Tirarte un mártir sobre la cabeza, romperte el alma con la mención de un desaparecido, ocultar maniobras políticas y hasta robos para la corona, con la santidad de muertos por una fe sacrosanta. ¿Cómo no te vas a sentir mal y dolido hasta el alma?
¿Pero tanto te importa lo que se diga en los programas de Wirtz? ¿Por qué no los mandás a pasear? Sería tan sano. Terminar con esta persecución pseudoreligiosa es una necesidad de libertad. No hay que tener miedo de decir lo que se piensa porque te ponen esa cruz en nombre del Sacrificado como si fueras un vampiro. Una cruz o una hoz, es lo mismo, siempre la muerte de la que te acusan, de la que sos culpable. La usaban los cristianos frente a los infieles en nombre del Hijo, y los comunistas en nombre del Pobre. Así mataron. Ahora no, te señalan, lo hacen personajes mediocres pagados por el Estado, y lo hacen algunas madres y abuelas que hace rato que pertenecen a organizaciones políticas y que se sacan el pañuelo blanco cuando legitiman al poder de turno y se lo ponen cuando habla gente como vos.
Eso es un chantaje, un abuso moral, una agachada. De eso viven muchos que en nuestro país ahora cantan que tienen un supuesto sueño.
No hace falta que muestres tu ADN o que otros mostremos otras llagas para ser competitivos en materia de holocaustos y genocidios. La exhibición del dolor para hacer callar a otros es algo bajo. Nada tiene que ver Cabandié, un chivo expiatorio de una operación política, es algo mucho más serio. Se trata del modo en que se hace política en nuestro país, del modo en que pensamos nuestra historia, y del modo en que construimos el futuro.
Solidariamente, un admirador
Tomás Abraham

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