miércoles, 13 de noviembre de 2013

Martín Caparrós - La tía abuela de todas las batallas

La tía abuela de todas las batallas

Por:  10 de noviembre de 2013
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"¿Quén confiará en nuestra decisión de olvidar?", se pregunta una pintada en la ciudad de México, y es como si una estrella de repente.
La ley de Medios es un tema de hace doce días, así que hablar de ella es casi arqueología. Pero me sigue pareciendo un problema interesante: uno que vale la pena discutir. Pensar, sobre todo, en qué consiste esa pelea que algunos sectores plantean como fundamental, la tía abuela de todas las batallas.
Mi amigo Lanata decía el otro día en su televisión que lo que estaba en juego era “la libertad de prensa en la Argentina; si lo vemos solo como un problema de Clarínestamos meando fuera del tarro. Hoy Clarín, La Nación y Perfil son casi los únicos medios que garantizan que todavía exista la libertad de prensa, aunque condicionada”, dijo, y enumeró una cantidad de asuntos que sus programas difundieron: “Nunca te hubieras enterado si radio Mitre o este canal no estuvieran en el aire”. Es cierto. Es raro.
Es cierto: los demás medios no oficialistas que podrían contarlo no tienen ni un poco de la capacidad de penetración –capacidad de penetración– de los grandes medios de negocios, así que se puede decir que sin ellos esas cuestiones no impactarían en la agenda. Las redes sociales –ésas que la ley de Medios por suerte no puede regular– sí tienen parte de esa capacidad: avisan, alertan, pero no desarrollan ni analizan. En ese sentido, esos grandes medios de negocios son importantes, en estos días, para la libertad de prensa.
Es raro: sabemos que la libertad de prensa nunca fue la meta del Grupo Clarín. El propio Lanata, en el mismo editorial, decía –valiente, delicadamente– que “son muy hostiles, son competidores duros. Clarín era soberbio y hostil. Por ejemplo podía regalar ejemplares de su diario para que la gente no comprara Página, o después cuando fue lo de Crítica hablaban con las casas de electrodomésticos para decir que si no nos ponían avisos los bonificaban, así no teníamos esas cuentas…”. Es una forma amable de decirlo: no solo se dedicaron durante todo su poder a aplastar por todos los medios posibles a su posible competencia –a cagarse olímpicamente en base de la libertad de prensa–; también usaron siempre sus medios según sus intereses empresariales, y el tipo y orientación de sus noticias solía depender –cómo ahora– de la etapa que atravesaban sus relaciones con el poder. Si estaban peleados –como ahora– supieron hacer buen periodismo; si no, la libertad de prensa les servía para no utilizarla.
Lo curioso es que, de algún modo, Lanata tiene razón: ahora Clarín, que nunca se interesó por la libertad de prensa, le sirve mucho. Lo hace empujado por las circunstancias: como se peleó con el gobierno –o el gobierno se peleó con él– le interesa que se sepan cosas que lo debiliten. Por eso, también, su uso de la libertad de prensa es sesgado, limitado: la usa para contar lo que puede sobre el kircherismo, no para contar las trampas de los empresarios, los maltratos a los trabajadores en negro y tantas otras cosas.
Y entonces, la cuestión: parece claro –la historia lo sostiene– que no ejercen esa libertad por principio o convicción sino porque sirve a sus intereses. ¿Eso lo invalida? ¿Habría que decir no, rechazo lo que hace Clarín porque lo hace por causas espurias? ¿O decir qué me importan las causas, aprovechemos que lo hace?
Hay otro ejemplo interesante: la familia Kirchner demostró, durante su control de Santa Cruz, que los derechos humanos le importaban tres carajos. Está probado, contado, refrendado. Cuando llegaron al gobierno nacional se dieron cuenta de que les servían para legitimar su posicion en la pelea contra otros sectores del poder argentino. Y, por eso, tomaron algunas medidas meritorias en ese tema. La causa de su apego a la causa es más que discutible; los resultados pueden ser buenos para esa causa. ¿Entonces? ¿Eso lo invalida? ¿Habría que decir no, rechazo lo que hace el gobierno porque lo hace por causas espúreas? ¿O decir qué me importan las causas, aprovechemos que lo hace? ¿Se puede pensar que quien hace una “buena acción” por las malas razones va a seguir haciéndolas, es fiable y digno de apoyo? ¿Si no, qué?
No tengo una respuesta. O tengo demasiadas, que no es lo mismo pero es igual. Me interesa la discusión, me molesta no poder tomar partido por ninguna de las dos máquinas de poder político y económico que se enfrentan. Pero tampoco quiero ponerme en el medio y armar una especie de teoría de dos demonios en la que los demás intentamos poner cara de ángel. Para empezar, es una cara que nunca me salió. Para seguir, en aquella teoría, se suponía que los demonios eran unos pocos y la gran mayoría de los argentinos estaban, tan inocentes, fuera; acá los dos sectores en pugna son muy mayoritarios y los poquitos somos los que tratamos de encontrar otras maneras. Para seguir más: no creo en ninguna equidistancia, porque creo que cualquier violación de cualquier libertad, cualquier abuso de poder es más grave si viene del Estado; pero tiene que haber formas de defenderse del Estado que no incluyan defender a los grandes empresarios. Para terminar: creo que hay que pelear por una verdadera libertad de prensa, la que Clarín nunca favoreció, la que la letra de la Ley favorece y su uso por el gobierno ahoga. Conclusión provisoria y habitual y boba: todo pasa por conseguir un gobierno diferente.
Mientras tanto, es cierto que la pelea entre el gobierno kirchnerista y el grupo Clarín ya ha ocupado demasiado espacio, demasiada energía que podríamos dedicar a problemas tanto más urgentes, tanto más decisivos.
Aunque ha tenido, por el momento, un par de consecuencias inesperadas: mejoró mucho ciertos medios del grupo, por un lado. Y sobre todo: terminó por ser un curso un poco violento y gritón de lectura de medios para multitudes. Después de esta pelea, de tantas acusaciones, de tanto verso y tanto sapo y tanto desmentido, ya casi no quedan en la Argentina receptores inocentes, ingenuos de los medios. Eran la mayoría: sí claro es cierto, salió en el diario, lo dijeron en el noticiero de la tele. Y ahora en cambio es: bueno, salió en qué diario, qué canal, de quién es, qué me querrán decir, para quién operan. La primera víctima de esta guerra boba es el mito de la objetividad de la prensa, y es una gran noticia que haya muerto: pocos farsantes tan dañinos. Nos costó pero, por lo menos, aprendimos a leer.
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(Y un apunte final: Cristina vuelve. Va a hablar tanto, imagino, de su propio martirologio anticipado y en cómodas cuotas: los médicos me dicen que no debo estresarme porque eso pone en riesgo mi salud pero yo daré con gusto mi vida si es necesario por mi país por mi gente por ustedes. Va a ser irritante de oír y va a ser cierto. ¿Es un mérito, cambia algo a su proyecto de poder la sana determinación de arriesgar su salud, su vida para seguir ejerciéndolo? ¿La muerte, una vez más, la sombra de la muerte, haría la diferencia? ¿Vamos a comprar otra vez ese chantaje? ¿Vamos a ser tan argentinos?)

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